domingo, 5 de enero de 2020

Por la fe y la Escritura


            Soy egresado del Instituto Bíblico Católico de Hermosillo. En mi opinión, la biblia es quizá una de las obras más cuestionadas, más vituperadas y a la vez menos leídas. La biblia no debe ser vista como una obra que debe ser leída sino como la obra que debe ser estudiada, pues en ella convergen relatos desde distintos contextos y visiones, pero a su vez, contiene mensajes divinos que han colaborado para el entendimiento y descubrimiento del creador e invitan a la humanidad para la construcción de mejores individuos, siendo la Iglesia la encargada de proveer la interpretación correcta de esta herramienta: La Palabra de Dios.  
            Por la modernidad, los individuos caen en la comodidad de practicar “la bibliomancia”, práctica que se refiere al hecho de abrir la biblia al azar y leer el primer pasaje que aparezca interpretándose esto por el lector como “el mensaje que Dios desea entregarme para este día y este momento”. En el sentido estricto de las Escrituras, pocas veces Dios habla a un solo individuo, Él hablo con Noé, con Abraham, llamó a Pedro y a San Pablo, cuando esto sucede es porque tal individuo tiene un papel especifico y fundamental dentro de la historia de la salvación. Es mucho más bíblico creer que Dios nos habla –a los creyentes ordinarios- por medio de los pastores de la Iglesia que por una lectura bíblica al azar. El sentir del mensaje y el destinatario bíblico es la comunidad: el pueblo de Israel o la Iglesia. La experiencia de Dios es llevada y entregada por los hombres a los hombres; de los patriarcas a sus descendientes, de los profetas al pueblo, de los apóstoles a la Iglesia., la biblia lo testifica. Un creyente no debe aislarse de la comunidad de fe.     
            Por otra parte, están aquellos que habiéndola leído y memorizado, ignoran conceptos elementales de interpretación y hacen de la biblia un diccionario; “todo tiene que estar ahí”, o consideran al compendio como un texto horizontal, omitiendo el desarrollo teológico que existe dentro de las Escrituras por la entrega de la revelación, estos, homologan a Moisés con los evangelistas y la alianza del Sinaí con la alianza de Jesús, haciendo una revoltura de pasajes bíblicos, validándolos todos porque todos son parte de la biblia. El principio bíblico de interpretación es; a una ley bíblica le corresponde un sacerdocio y a cada sacerdocio le corresponde una alianza distinta. Estamos en la alianza nueva.       
            Siempre será más fácil ir por cuenta propia que acudir alguna parroquia o centro católico para tomar clases de biblia y adentrarse al tema con mayor profundidad y comprensión. Invito a los interesados a que lean la biblia de dos formas; en la intimidad personal y en grupo por medio de las herramientas académicas que ofrece la Iglesia. Esta es quizá la forma más bíblica de estudiar las Sagradas Escrituras, dado que, todo judío acudía ante el maestro de la ley divina para conocer la ley, el propio Jesús participó de esta costumbre, fue discípulo volviéndose maestro para discipular a otros. 
            Para concluir, recientemente por inicio de año recordamos como Iglesia la llegada de los reyes magos, aquellos sabios ajenos a Israel que piden encontrar al mesías. Es la propia Escritura la que testifica la universalidad de Dios. Desde el antiguo testamento con el Nínive –pueblo ajeno a Israel- que recibe la predicación gracias a Jonás. Por esta realidad que expresa la Escritura, no tiene sentido discutir con quien profesa otra religión o creencia, aunque la propia Escritura nos exhorta para dar cuenta de nuestra fe. Al igual que Herodes alguien preguntara, ¿dónde está el mesías?, y es preciso decir por la fe y la Escritura: “está en la Eucaristía”.