domingo, 8 de marzo de 2020

La lucha entre el hombre y la mujer


            El feminismo ha tenido gran presencia y difusión en los medios nacionales. Por esta situación de los tiempos hare una reflexión cotejando el pensamiento de dos mujeres que han sembrado ideas para la construcción de la sociedad moderna. Por un lado, la feminista, Simone de Beauvour, y por el otro, su contra parte, Esther Vilar.
            Antes de iniciar vale la pena citar el mensaje del evangelio; “Traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes,…” (S. Mateo 7, 12). En esta regla tan simple se resume la forma de conducta virtuosa para el trato con los demás, sin importar la lucha social que intente construir un mundo más equitativo, contra: racismo, clasismo, machismo, fobias de género y demás. La regla del evangelio es clave para la sana convivencia y la hermandad sin considerar, ni juzgar, las características de los otros.    
            Simone de Beauvour, feminista y filosofa, de origen francés, escribe en 1949 el libro El segundo sexo, obra que servirá de pilar e inspiración para el feminismo moderno. El libro fue escrito en un contexto posterior a la segunda guerra mundial. Las grandes hegemonías –Estados Unidos y la Unión Soviética- aparecían como grandes protagonistas ideológicos y económicos: capitalismo y socialismo. Es indudable que esta reconstrucción del mundo influyó en la obra El segundo sexo pues Simone en sus escritos tiende aplaudir el socialismo como opción para la liberación de la mujer. Aunque el socialismo posterior resulto ser represor.
            En la sección de narrativa historia, El segundo sexo, describe que la mujer en la antigüedad no era considerada un individuo, era más bien, una propiedad mas del hombre. Simone afirma que la mujer era una esclava adquirida por medio de un contrato matrimonial, siendo el pretendiente quien la adquiría por una interlocución con el propietario: el padre de la novia. Beauvour construye de forma hábil una narrativa histórica para justificar su afirmación, señalando que la maternidad es la esclavitud de la mujer y su limitante para figurar en lo público. En sus textos no atribuye virtud alguna a la vida familiar, sino que la describe como una estructura vertical: una relación de mando del hombre y de obediencia para la mujer.  
            Por otra parte, Esther Vilar, socióloga alemana, ofrece una visión contraria. En su obra El varón domado de 1971, expone que el hombre se reafirma cuando ofrece alguna utilidad a la mujer. En el caso del matrimonio, Vilar lo plantea al modo inverso a Simone; el hombre para acceder a una mujer en matrimonio debe demostrar primero que es un hombre útil, capaz de proveer beneficios económicos a la mujer. La madre educa a sus hijas bajo el dogma: “cásate con un hombre que te convenga”, y el padre educa a sus hijos: “trabaja para que tengas algo que ofrecer”. Para Vilar la cosmovisión masculina está construida en base a la utilidad: su corte de pelo es utilitario, su ropa es sencilla y practica. Ellos no destinan gran cantidad de su tiempo para escoger una ropa para cada ocasión. Lo utilitario y funcional es para varones, los adornos y la decoración es para las mujeres. Para Vilar, el hombre es un esclavo de la mujer.  
            Cada individuo en lo particular –hombre o mujer- se verá identificado con el pensamiento de estas dos autoras dependiendo de su situación en lo particular. Es indudable que estas aportaciones hay colaborado para la construcción de movimientos sociales; por un lado, la mujer que anhela su desarrollo profesional y no desea casarse para no atarse al proyecto de familia, y por el otro, los hombres que se sienten desorientados y poco animados ante la dualidad; no son liberados totalmente de su papel de proveedores por ser hombres, y a su vez, el feminismo dice que no lo necesita. Como conclusión, los textos de Simone y Esther fueron escritos en otro tiempo bajo otros contextos; no son recetas. La realidad de hoy es distinta, incluso en estratos sociales de una misma ciudad. Antes de buscar culpables miremos la viga en nuestro ojo; si no he podido cambiar yo, ¿no resulta injusto querer cambiar al otro?. Si vivo una situación injusta, ¿no es tiempo de que la comunidad de la Iglesia me acoja con afecto sin importar mi genero?.