domingo, 26 de julio de 2020

La vida es hoy


            Esta semana falleció por coronavirus un tío y por anemia un amigo que es diabético, precisamente el día de las muertes regrese de Bahía de Kino acompañado de tres amigos. Me sentí culpable por salir de casa y disfrutar la playa el mismo día en que estas personas perdieron la vida. Al menos si pudiese estar en el funeral y en la misa de los difuntos seria una liberación para mí, pero ni eso, el coronavirus no lo permite. Resulta paradójico salir a la playa y no poder acudir al culto; en las misas celebradas entre semana la sana distancia es casi una garantía. 
            Estando en la playa mis amigos y yo dimos gracias a Dios por la salud y el momento, guardamos los protocolos sugeridos; sana distancia, cubre bocas, gel antiséptico. El viaje lo realizamos entre semana considerando que así habría menos afluencia de personas. Tratamos de ser responsables pero el riesgo de contagio es latente, incluso sin salir de la ciudad.
            Este tiempo nos ayuda a reflexionar y entender lo frágil que es la vida. Cualquier plan que anhelemos para nuestro futuro; invertir, ahorrar, viajar, puede verse trastornado por el riesgo de enfermar y morir. Pareciera que esto es el fin. La muerte ronda por todos lados y ronda entre nuestros seres cercanos. Estas muertes nos ayudan a valorar la vida cotidiana; ir a misa los domingos, acudir al parque, al cine, comer entre amigos y disfrutar lo que parece insignificante.
            Esta situación me hace recordar una reflexión hecha por el sacerdote Fortea. Antes del coronavirus él anunció varios momentos para la humanidad; el primer momento sería un espacio para la hermandad, pero una hermandad anticristiana alejada de Dios donde todos seriamos cómplices de la injusticia, la ausencia de la caridad, la vanidad y la inmoralidad. El segundo momento seria un espacio para la purificación; un dolor en donde la humanidad renacería a una conciencia nueva abriendo un nuevo periodo. Advierto que estas situaciones son recurrentes en las Sagradas Escrituras y es notorio encontrar estos periodos en la vida del pueblo de Israel expresada en el antiguo testamento: el pecado, la tragedia y la conversión.
            Fortea me parece muy preciso para advertir antes de la pandemia esa realidad espiritual que vivió el mundo. Siguiendo el guión de las Sagradas Escrituras pareciera que la gran inmoralidad antecede siempre a una gran tragedia: una sequia, una guerra, una peste, una pandemia. Debemos considerar que los autores antiguos atribuían la tragedia a la desobediencia, a un castigo divino, pero bajo una interpretación moderna y con un conocimiento mayor del creador no podemos afirmar tal cosa. Bajo una explicación sencilla de las causas es correcto que la inmoralidad nos lleve a la tragedia pues su origen es la corrupción; las negligencias sanitarias que provocan enfermedades, los daños al medio ambiente que causan mutaciones en las bacterias y virus, etc.
            Como creyentes podríamos optar por dos interpretaciones de la realidad sanitaria que vivimos; afirmar que esto es un castigo divino por nuestra inmoralidad ─cosa que no comparto del todo─ o creer que la creación ha sido sometida por Dios a las leyes naturales y que dentro de la misma habita el ser humano con libre albedrío. De ambas interpretaciones podemos entender algo del misterio de Dios; es preferible vivir en el amor que en el temor a vivir. De lo anterior puedo precisar, si Dios nos permitió vivir, vivamos en paz, sin rencor, sin maldad, vivamos el perdón. La vida es hoy, mañana no sabemos y a Dios nos encomendamos. Amén.