Estoy leyendo el libro:
“100 mitos de la historia de México” de Francisco Martin Moreno, famoso escritor
mexicano de novela histórica, algunos de sus títulos: “México secreto,
Arrebatos carnales, México mutilado, México ante Dios…”. En 100 mitos, sin ser
novela, desarrolla una crítica justificada de los eventos que marcaron la
historia del país. El autor parece no descansar en su crítica y juicio hacia la
Iglesia Católica, incluso, acusándola de “propiciar el atraso del país”. Martin
Moreno es ateo descendiente de judíos, quizá no tiene el mas mínimo afecto por
nuestra Iglesia. Es verdad, que en la historia de cualquier país, habrá individuos
que aprovechándose de un cargo religioso, sean católicos, protestantes, judíos
o de cualquier otra fe, con tal de defender sus intereses, atentaran contra la
estabilidad de los individuos, el Estados o su credo.
Martin Moreno es certero
al juzgar a la Iglesia, citando nombres y fuentes bibliográficas, por ejemplo; en
la guerra cristera (1926-29) el cura José Reyes Vega apodado “Pacho Villa con
sotana”, afiliado al ejército cristero, aprovechándose de ello, asalto un tren
y consintió el asesinato de inocentes. Los sacerdotes Aristeo Pedroza, Jesús
Angulo, Miguel Pérez Aldape, Leopoldo Gálvez promovían la lucha armada, justificaban
el asesinato, con limosnas y donaciones compraban armas y las bendecían. En
otro pasaje de la historia, en la guerra de reforma (1857-1861), la jerarquía
eclesiástica apoyaba política y económicamente a los conservadores y
Maximiliano de Habsburgo, prefiriendo un imperio a una república, pues las
ideas liberales, encabezadas por Benito Juárez, desean la república y la
separación entre Iglesia y Estado.
Como católico creo que
es importante leer la historia de México sin miedo, para hacer una apología de
nuestra fe, y no una justificación de los delitos cometidos por los hombres que
usaron la fe de modo erróneo, contradiciendo el evangelio. Al leer la historia
no debe olvidarse el contexto histórico. Las generaciones que nos antecedieron,
entendían el rol y la estructura del mundo de una forma distinta a la de hoy. Para
ejemplo; hace cien años era inimaginable que una mujer entrara a un templo sin
cubrir su cabeza, hoy es común. Siglos atrás, en la guerra de reforma, la
separación de Iglesia y Estado era inadmisible para esa generación, ser
Gobernado por un Estado que no contempla a Dios era dejar al país a la deriva y
mermar el poder de la Iglesia para su obra evangelizadora. En la guerra
cristera, despojar a la Iglesia de sus templos e inmuebles para que estos
fuesen propiedad del Estado por decreto, sería interpretado por los devotos de
la época, como una medida de presión del régimen post-revolucionario para
arrodillar los pulpitos y las predicas a beneficio del nuevo régimen. Muchas creyentes
dieron su vida por sus ideales, recurrieron a las armas ignorando los
principios del evangelio. Esto solo nos demuestra que la sociedad debe aprender
a convivir y negociar, que la violencia convierte a los humanos en seres
irracionales. Cada capítulo de la historia se entiende, no bajo la óptica de
nuestro tiempo, sino en el contexto de lo sucedido.
Sin duda, es tormentoso
encontrar en la historia de México pasajes donde “los hombres de Dios” se
comportan de modo contrario al evangelio, pero al menos, si nos duele y nos
avergüenza es señal de que ¡el pecado duele y avergüenza! (malo fuese que no
nos avergonzara). Como bautizados, es bueno reprobar toda conducta contraria al
evangelio y no cargar con pecados ajenos, de generaciones pasadas. Aunque nos
acusen como si fuésemos culpables; somos la misma Iglesia pero no somos la
misma gente. Benedicto XVI expresa; “cada generación está obligada a conquistar
la moral en su tiempo”. Como Iglesia estamos obligados hoy a renovar nuestra
conversión, y mirar los principios del evangelio; la fe, la pureza y la
caridad. Podemos escribir la historia para bien o para mal.