En los evangelios se describe la predicación de
san Juan bautista, profeta y maestro que anunciaba la llegada del mesías a Jerusalén.
El evangelio de San Mateo narra; “Juan vio que un grupo de fariseos y de
saduceos habían venido donde él bautizaba, y les dijo: Raza de víboras, ¿cómo van a pensar que escaparán del castigo que se
les viene encima?, muestren los frutos de una sincera conversión, pues de nada
les sirve decir: Abraham es nuestro padre. Yo les aseguro que Dios es capaz de
sacar hijos de Abraham aun de estas piedras. El hacha ya está puesta a la raíz
de los árboles, y todo árbol que no da buen fruto, será cortado y arrojado al
fuego” (San Mateo 3:7-10).
De estos versos podemos desprender dos paralelos
importantes para actualizar el discurso del bautista. El primer paralelo es que
nosotros, católicos, también esperamos la llegada del mesías al mundo y debemos
prepáranos, a esta segunda venida la llamamos parusía. El segundo paralelo es
pocas veces visto; “Abraham es nuestro
padre. Yo les aseguro que Dios es capaz de sacar hijos de Abraham aun de estas
piedras…”. Este personaje, Abraham, es el patriarca de Israel que recibió una
promesa de Dios por su grado de fe; estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo
para ofrecerlo a Dios. Este patriarca es una prefigura de Dios, dado que, Dios
padre ofreció a su hijo, Jesús, en sacrificio por los pecados del mundo.
En el pensamiento moderno es habitual llamar a
Dios “padre” y afirmar que “todos somos hijos de Dios”, también llamamos “madre”
a la virgen María. En la cultura judía, Abraham es el gran patriarca y Raquel ó
Rajel es la gran matriarca, madre del pueblo de Israel. Según las creencias de
Israel, estos patriarcas y otros, interceden ante Dios para que descienda la
misericordia del creador, parecido a lo que creemos nosotros en la intercesión
de los santos.
Es indudable que los judíos sentían cierta
confianza en la promesa y obediencia de Abraham pero el bautista hace que esta
confianza se trastorne; “muestren los
frutos de una sincera conversión, pues de nada les sirve decir: Abraham es
nuestro padre. Yo les aseguro que Dios es capaz de sacar hijos de Abraham aun
de estas piedras…”.
Hoy vivimos cierta confusión, mal interpretamos
la misericordia de Dios sin mostrar frutos de conversión, escudándonos en que “todos
somos hijos de Dios”, pero san Juan bajo este paralelo nos hace que ver que
Dios puede sacar hijos aun de entre las piedras. Por lo tanto, debemos tener
cautela para no mal gastar la paternidad que Dios nos ofrece., San Pablo uso
una analogía para referirse al regalo que Dios nos dio, el afirmo que es
parecido a un injerto que el sembrador hace en el tronco de un olivo, pero las
ramas naturales – los judíos – fueron cortados del tronco principal por la
dureza de su corazón, entonces, ¿Qué nos espera a nosotros que no somos hijos
naturales, descendientes de Abraham?. Mejor añadámonos al tronco con firmeza ayudados
de la fe, la gracia y las obras, para no malgastar la puerta que Dios abrió.
El padre Santiago Martin, conocido por la cadena
de televisión EWTN, tiene una excelente analogía sobre la misericordia de Dios
y el daño que hace mal interpretarla. Martin asegura; “supongamos que en una
facultad el alumnado es pésimo, ¿Cómo resuelves el problema?, ¿reprobándolos ó dándoles
el titulo?, ¿sería justo que el haragán reciba titulo de medico cuando otros se
han esforzado?, ¿te dejarías operar por él?, claro que no, ¿Qué nos esperaría como
sociedad si las facultades no reprendieran ó expulsaran a los malos alumnos?”. La
vida eterna es así, en el mismo cielo no puede estar el casto y el fornicario, la
víctima y el opresor, deben existir frutos de conversión.