Me gusta escuchar los comentarios que los rabinos
hacen sobre los textos de Moisés. Esta semana se comentó sobre la ley y la
gracia, el rabino hizo una crítica al mundo cristiano –sobre todo a los hermanos
evangélicos- porque dividen la ley y la gracia como si estas fuesen dos cosas
distintas ó aisladas una de la otra. La visión judía cree que ley y gracia están
unidas porque en ambas Dios nos comparte su esencia -en esta parte el rabino
tiene razón- el individuo no puede construir la presencia de Dios en su diario
vivir si constantemente viola los mandamientos divinos. El judío pretende
acceder a dicha presencia guardando las leyes del judaísmo.
Como cristianos, seguidores de Jesucristo y
lectores de la biblia, debemos aprender a distinguir en el antiguo testamento
lo que es un mandamiento de Dios y lo que es la ley de Moisés, muchos
ignorantes lo confunden y confunden a otros.
Aunque la visión judía parte de acceder a Dios
por medio de la ley y los mandamientos, la visión católica no desasocia la
gracia de los mandamientos; se tiene acceso a la gracia por medio de los
sacramentos y una vez obteniéndola es necesario guardar los mandamientos para
no perderla, se guarda el precepto para no caer en pecado grave ó pecado
mortal, para no cometer un acto que asesine el regalo de la gracia que Dios nos
entregó. El mandamiento de Dios y la gracia trabajan de modo simultáneo, nos adherimos
a Dios por la gracia y recibimos juicio de conciencia por medio de los
mandamientos. El hombre sabe cuando peca porque conoce los mandamientos, el que
dice “yo no soy pecador” es porque no los conoce. La función del mandamiento es
guiarnos de regreso a Dios e injertarnos por medio de la gracia. Hasta aquí puedo
afirmar; gracia y mandamiento van de la mano en unidad indivisible, la gracia nos
la entregó Jesús y el mandamiento también, él mismo es La Palabra de Dios, el Verbo
de Dios. Por lo tanto, no debemos alterar La Palabra de Dios, acomodarla para
justificar el pecado pretendiendo de la misma forma acceder a la gracia.
Me gusta el papel que juega la Iglesia en la
historia de la salvación, siendo ella misma el pueblo en el cual reside la
presencia divina; en la gracia y en el mandamiento, en los sacramentos y en La
Palabra de Dios. Si miramos en los textos antiguos cuando el pueblo de Israel
llega al Sinaí, Dios los llama a la purificación antes de recibir los diez
mandamientos, invitándolos a ser un pueblo consagrado, una nación santa (Éxodo
19:6), y, en la nueva alianza, tras la resurrección de Cristo, el apóstol San
Pedro señala esta cualidad sobre la Iglesia naciente, una nación santa (1era de
San Pedro 2:9).
La invitación que Dios le hace al mundo para que
se consagre es en realidad el deseo de Dios por estar dentro del mundo con la
humanidad. Siendo el sacerdote el hombre consagrado, el hombre que nos hace ser
Iglesia porque pone el Cuerpo de Cristo –la Eucaristía- en medio de nosotros y
nos comparte La Palabra. Siendo nosotros mismos miembros del cuerpo de Cristo,
para manifestarle al mundo por medio de nuestra obediencia a los mandamientos ó
por medio de los frutos de la gracia, que Dios existe y que caminar con Él es
mejor que caminar sin Él.