domingo, 21 de enero de 2018

La ley y la gracia

Me gusta escuchar los comentarios que los rabinos hacen sobre los textos de Moisés. Esta semana se comentó sobre la ley y la gracia, el rabino hizo una crítica al mundo cristiano –sobre todo a los hermanos evangélicos- porque dividen la ley y la gracia como si estas fuesen dos cosas distintas ó aisladas una de la otra. La visión judía cree que ley y gracia están unidas porque en ambas Dios nos comparte su esencia -en esta parte el rabino tiene razón- el individuo no puede construir la presencia de Dios en su diario vivir si constantemente viola los mandamientos divinos. El judío pretende acceder a dicha presencia guardando las leyes del judaísmo.  
Como cristianos, seguidores de Jesucristo y lectores de la biblia, debemos aprender a distinguir en el antiguo testamento lo que es un mandamiento de Dios y lo que es la ley de Moisés, muchos ignorantes lo confunden y confunden a otros.
Aunque la visión judía parte de acceder a Dios por medio de la ley y los mandamientos, la visión católica no desasocia la gracia de los mandamientos; se tiene acceso a la gracia por medio de los sacramentos y una vez obteniéndola es necesario guardar los mandamientos para no perderla, se guarda el precepto para no caer en pecado grave ó pecado mortal, para no cometer un acto que asesine el regalo de la gracia que Dios nos entregó. El mandamiento de Dios y la gracia trabajan de modo simultáneo, nos adherimos a Dios por la gracia y recibimos juicio de conciencia por medio de los mandamientos. El hombre sabe cuando peca porque conoce los mandamientos, el que dice “yo no soy pecador” es porque no los conoce. La función del mandamiento es guiarnos de regreso a Dios e injertarnos por medio de la gracia. Hasta aquí puedo afirmar; gracia y mandamiento van de la mano en unidad indivisible, la gracia nos la entregó Jesús y el mandamiento también, él mismo es La Palabra de Dios, el Verbo de Dios. Por lo tanto, no debemos alterar La Palabra de Dios, acomodarla para justificar el pecado pretendiendo de la misma forma acceder a la gracia.  
Me gusta el papel que juega la Iglesia en la historia de la salvación, siendo ella misma el pueblo en el cual reside la presencia divina; en la gracia y en el mandamiento, en los sacramentos y en La Palabra de Dios. Si miramos en los textos antiguos cuando el pueblo de Israel llega al Sinaí, Dios los llama a la purificación antes de recibir los diez mandamientos, invitándolos a ser un pueblo consagrado, una nación santa (Éxodo 19:6), y, en la nueva alianza, tras la resurrección de Cristo, el apóstol San Pedro señala esta cualidad sobre la Iglesia naciente, una nación santa (1era de San Pedro 2:9).

La invitación que Dios le hace al mundo para que se consagre es en realidad el deseo de Dios por estar dentro del mundo con la humanidad. Siendo el sacerdote el hombre consagrado, el hombre que nos hace ser Iglesia porque pone el Cuerpo de Cristo –la Eucaristía- en medio de nosotros y nos comparte La Palabra. Siendo nosotros mismos miembros del cuerpo de Cristo, para manifestarle al mundo por medio de nuestra obediencia a los mandamientos ó por medio de los frutos de la gracia, que Dios existe y que caminar con Él es mejor que caminar sin Él.