domingo, 7 de julio de 2019

El Arca de Dios y Dagón


            El arca de la alianza del antiguo testamento era un recipiente sagrado para los Israelitas porque en él se resguardaban las tablas de la ley que Moisés recibió y la vara del sumo sacerdote Aarón. El lugar del arca era la tienda del encuentro, lugar sagrado donde los sacerdotes ofrecían sacrificios para el perdón de los pecados e invocaban a Dios.
            El arca de la alianza es una prefigura que introduce una enseñanza teológica para el nuevo testamento. Comúnmente se le llama a la Virgen María “arca de la nueva alianza” porque su vientre fue el lugar que guardo al Verbo para encarnarlo. Nosotros mismos al participar de cada Eucaristía nos convertimos en ese cofre que guarda la presencia del Señor. Un caso claro es el sagrario eucarístico, esa es también nuestra arca que guarda la presencia de Jesús en el pan.    
            Aunque el antiguo testamento tiene una cosmovisión bélica del arca de la alianza pues con ella Josué derribo las murallas de Jericó, aun así, vale la pena indagar en esos símbolos para traducirlos a la moral y pensamiento del nuevo testamento. 
            Los capítulos del cuatro al siete del primer libro de Samuel narran como Jofní y Pinjás, hijos del sacerdote Elí, descritos como perversos (1era de Samuel 2:12-17) –comían los alimentos sagrados como si fuesen alimentos ordinarios y obraban actos impuros dentro del templo- ellos, aprovechando su influencia, utilizaron el arca de la alianza como amuleto para derrotar a los filisteos pero fueron derrotados y el arca fue tomada para ser puesta en el templo del dios filisteo, Dagón (cap. 4, v. 10,11., cap. 5, v. 1,2). Hasta esta parte, la prefigura nos enseña como la profanación y la pérdida de la sacralidad dentro del templo son la raíz de la derrota. Estos actos no solo se refieren al inmueble físico y su mobiliario –el templo y el arca- sino también al cuerpo del individuo. El cuerpo humano es el primer templo. Jofní y Pinjás no guardaban su pureza sexual. 
            El capitulo cinco describe la posesión que tuvo el pueblo filisteo cuando el arca estuvo en sus manos y fue colocada en el templo de Dagón. Hay que notar el aprecio de los filisteos por el arca de los Israelitas al colocarla junto a Dagón. El arca era el arma más poderosa de Israel, la presencia del Dios de Israel estuvo junto al dios de los filisteos; “A la mañana siguiente, los asdoditas encontraron a Dagón caído en el suelo, boca abajo, ante el Arca del Señor. Lo recogieron y lo volvieron a poner en su sitio. Pero a la mañana siguiente, encontraron a Dagón caído en el suelo, boca abajo, ante el Arca del Señor. La cabeza de Dagón y las dos palmas de sus manos yacían cortadas sobre el umbral, y no le quedaba más que el tronco. La mano del Señor se hizo sentir pesadamente sobre los asdoditas y los devastó, hiriéndolos con tumores por todo el territorio de Asdod. Al ver lo que sucedía, los asdoditas dijeron: "Que el Arca del Señor no se quede entre nosotros, porque su mano es dura contra nosotros y contra Dagón, nuestro dios" (cap. 5, v. 3-4, 6-7). Nadie invoca el nombre de Dagón hoy porque fue una deidad falsa, Dagón es el signo de las banalidades finitas que adoramos.
            Para concluir, estos textos del primer libro de Samuel nos presentan una ironía: Israel quiso usar el arca para vencer a los filisteos y terminó derrotado y sin arca, los filisteos que vencieron al pueblo de Israel fueron vencidos por la presencia del arca y prefirieron no tenerla. El arca representa la presencia del Dios de Israel.
            En este relato es evidente que la presencia divina no puede ser manipula y tampoco puede convivir con el pecado, es una gracia que tiene vida propia y viene a este mundo. El individuo que se aparta del pecado en un acto de contrición sumándose a esa gracia va camino a la victoria, pero el hipócrita –como Jofní y Pinjás- que no se aparta del mal y profana lo sagrado hace de la propia gracia su perdición. ¿Quién puede engañar a Dios?.