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domingo, 14 de octubre de 2018

El pueblo del resucitado


            Después de que José –el soñador- es vendido por sus hermanos como esclavo, al paso de los años se convierte en hombre importante en Egipto por haber predicho la hambruna que vendría sobre el valle, del Faraón recibió cargo importante, ganándose la estima del pueblo egipcio. A los años, José fue encontrado por su familia hebrea, por su padre Jacob, llamado también Israel. Tras estos acontecimientos, la Escritura narra el funeral de Israel. 
            “José se acercó a la cama de su padre, Israel, lo abrazó llorando y lo besó. Mandó después a los médicos que estaban a su servicio que embalsamaran a su padre y ellos lo embalsamaron. Emplearon en ello cuarenta días, ya que éste es el tiempo necesario para el embalsamamiento. Los egipcios lo lloraron durante setenta días. Transcurrido el tiempo de duelo, José habló a los principales de la casa de Faraón de esta manera: “Si ustedes realmente me aprecian, les ruego hagan llegar a oídos de Faraón lo siguiente: Antes de morir, mi padre me hizo prometerle bajo juramento que yo lo habría de sepultar en el sepulcro que él mismo se había preparado en el país de Canaán. Así pues, permíteme ahora subir a enterrar a mi padre, y luego volveré”. Faraón le mandó a decir: “Sube y entierra a tu padre, tal como te hizo jurar”. Subió José a sepultar a su padre y subieron también con él todos los oficiales de Faraón, los principales de su familia y todos los jefes de Egipto, así como toda la familia de José, sus hermanos y la familia de su padre. Tan sólo dejaron en el país de Gosén a sus niños, sus rebaños y demás animales. Lo acompañaban además carros y soldados a caballo, lo que hacía que fuese una caravana muy considerable. Al llegar a Gorén-Atad, que está al otro lado del Jordán, celebraron unos funerales muy grandes y solemnes; estos funerales que José celebró por su padre duraron siete días. Los cananeos que vivían allí, al ver los funerales que se hacían en Gorén-Atad, se dijeron: “Estos son unos funerales muy solemnes de los egipcios”. Por eso aquel lugar se llamó Abel-Misraim (o sea, duelo de los egipcios) y está al otro lado del Jordán”. (Génesis 50:1-11).
            Este José es prefigura de Jesús, ambos son apartados de su pueblo, traicionado por sus hermanos, ambos se vuelven en hombres poderosos en pueblo ajeno. A Jesús los pueblos cristianos lo proclamamos rey y anhelamos su retorno, dogma que llena de incertidumbre a muchos. Esta reflexión va sobre este regreso del Mesías. 
            En las misas afirmamos la frase del credo: “y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin”. Pero, ¿en verdad creemos que Jesús regresara algún día ó lo afirmamos como frase muerta?, ¿mi fe se limita a la virtud y no está unida al pueblo y sacerdocio que espera el retorno del Mesías?. Si obramos con virtud hacemos bien, pero si lo hacemos añadidos al pueblo y sacerdocio que proclamara al Mesías hasta el fin de los tiempos, hacemos mejor. No olvidemos esta promesa del retorno de Jesús.      
            ¿Qué podemos ver en el funeral de Israel?, podemos ver dos pueblos congregados en torno al dolor de José; hebreos y egipcios. Este funeral parece una maqueta del fin de los tiempos, siendo Jesús quien congrega a los pueblos, por Él estimamos a los Israelitas pero esta comunión entorno al hijo de la Virgen María aun no se concreta, es necesario el encuentro del pueblo hebreo con el resucitado, sus hermanos de raza.
            Existe un texto de San Pablo sobre esta situación, “No quiero que ignoréis, hermanos, este misterio, no sea que presumáis de sabios: el endurecimiento parcial que sobre vino al pueblo de Israel durara hasta que entre la totalidad de los gentiles, y así, todo Israel será salvo…” (Romanos 11:25, 26). Desconocemos el tiempo de Dios para Israel, Dios es piadoso con los hombres de buena voluntad. No debemos omitir las palabras de Jesús expresadas en el evangelio: “Se proclamara la Buena Nueva del Reino en el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin” (S. Mateo 24:14). Consideremos cada día como un regalo para buscar la santidad, unidos como el pueblo que espera el retorno del resucitado.