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domingo, 22 de julio de 2018

No es más el siervo que su amo


            Meditando en la cena que Jesús celebro con sus discípulos antes de ser entregado para su crucifixión, el evangelio de San Juan señala el evento del lavatorio de pies y como el apóstol San Pedro se sorprende ante la actitud humilde de Jesús de lavar sus pies. Es en este contexto cuando Jesús menciona; “no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que lo envía” (S. Juan 13:16). Esta reflexión va entorno a este versículo de la biblia.
            El lavatorio de pies es una enseñanza sobre la humildad, es un gesto que debemos imitar. Pero, ¿a que se referirá Jesús cuando dijo “no es más el siervo que su amo…”?, ¿Por qué Jesús haría tal afirmación cuando es evidente que no podemos ser más grandes que Dios?. La lectura está relacionada con las horas previas a la crucifixión de Jesús, él tomara la cruz, una cruz que no deseaba tomar porque expresó; “"Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú." (S. Mateo 26:39). En este gesto, Jesús nos da un ejemplo de reconocimiento y aceptación al designio de Dios; “no es más el siervo que su amo”, y si, el Verbo encarnado tomó forma de siervo para aceptar la voluntad del Padre.
            Hasta aquí todo parece claro y convencional a la enseñanza que conocemos; Cristo tomó la cruz aceptando la voluntad de Dios. ¿Y nosotros a qué hora habremos de tomar nuestra cruz?, ¿acaso somos mayores que Jesús?, no lo somos, “no es más el siervo que su amo”. Dios es nuestro Señor porque nos dio vida y nos llama para hacer su voluntad.
            Tomar nuestra cruz significa permitir que la voluntad de Dios se haga en nuestro vivir, confiar en su designio, en su enseñanza, negarnos a nosotros mismos, negar nuestro interés y miedo contrario a Dios. Esto es difícil, ya señale; ni Jesús deseaba la cruz pero la tomó, ahí se contempla el amor y confianza que Cristo tuvo para dejarse vencer y descansar fiándose del Padre.   
            La cruz no es señal de alegría humana, es tristeza a los ojos de los hombres. Si hacemos un paralelo entre la cruz y la tentación, tendremos que reconoce que la tentación se disfraza de alegría y cuando se consuma como pecado deja tristeza, mientras, la cruz, al mostrarse como tal, triste al sentir humano, al consumarse trae alegría en la gracia que llega cuando vencemos la tentación. Debemos aprender a caminar de esta forma, no ser guiados por nuestros ojos, nuestros sentidos –que son engañosos- sino por lo que es correcto y verdadero: la Palabra de Dios, la enseñanza de la Iglesia.
            Actualmente muchos creyentes de buena voluntad están en un sentido contrario a la cruz, no desean sacrificar nada, en su ignorancia se privan de la dicha futura que se recibe en la gracia y en la alegría de obedecer, olvidan que el Espíritu consuela y ayuda a vencer al que atraviesa por una tentación.   
            “No es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que lo envía”. Somos siervos de un amo excelente, un amo que nos ama. Somos sus creaturas llamadas a la santidad, invitados a la dicha de encontrarnos en la resurrección después de la cruz.