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domingo, 5 de abril de 2020

La cuarentena


            La cuarentena que vivimos obliga guardarnos en casa, no es recomendable salir a las calles, encontrarse con amigos, vivir una vida ordinaria y sobre todo, nos obliga para abstenernos de acudir al templo, a la confesión y a la eucaristía. Esta experiencia mundial me hace confrontar muchos pensamientos.
            El primero, la obligatoriedad de no asistir al acto religioso; aquello que parecía disponible y sin limitaciones, hoy ya no lo es. Por orden de la propia iglesia se han suspendido todos los servicios, solo nos queda la celebración apreciada de modo virtual por televisión o redes sociales, pero esto –aunque útil y aplaudible- no completa la satisfacción de vivir la experiencia completa. Muchísimas veces poco valorada porque siempre estuvo disponible.  
            El segundo, la expresión de aquellos que nos cuestionaban porque acudíamos a los actos religiosos; todas aquellas frases dichas por terceros que expresaban el cuestionamiento o la oposición por el hecho de acudir a misa; “¿para qué vas al templo?, no es necesario ir al templo para hablar con Dios”. Ante la situación de la abstinencia obligada, la necesidad se ha vuelto evidente y el argumento en nosotros –los que amamos la misa- tomara más fuerza; vemos un beneficio en la celebración en comunidad, en la oración frente al sagrario. Con la contingencia hemos experimentado que eso de “quedarse en casa para hablar con Dios”, no es lo mismo que ir al templo y participar de la eucaristía. Aprovechemos la experiencia para beneficio del reino de Dios.
            El tercero, hacer un paralelo con la vida religiosa de nuestros hermanos mayores, los judíos. Ellos en realidad solo tienen un templo: el de Jerusalén pero está destruido. Sus sinagogas no son templos, son escuelas donde se lee el antiguo testamento y se emula –en la medida de lo posible- las labores del templo judío, pero un templo como tal no es. Sus rabinos no tienen el oficio sacerdotal, un rabino es simplemente un maestro. Ellos viven su religión con estas limitantes; sin templo y sin sacerdocio anhelando el día de poder concretarlo. En los textos bíblicos del antiguo testamento podemos encontrar referencias del dolor de Israel por la destrucción del templo y la ciudad santa de Jerusalén; “¡Cómo está solitaria la ciudad populosa! Se ha quedado como una viuda la grande entre las naciones; la princesa entre las provincias tiene que pagar tributo. Pasa la noche llorando, las lágrimas corren por sus mejillas. No hay nadie que la consuele entre todos los que la amaban: todos sus amigos la han traicionado, se han convertido en enemigos” (Lamentaciones 1, 1-2).
            Aunque nuestro dolor no es tan grande como el citado en el libro de Las Lamentaciones, entendemos que varias ciudades del mundo han quedado con sus calles solas y su pueblo con lágrimas por la pandemia; desde China, Italia, España, Estados Unidos. Pero aun así y -aunque las tragedias se expresen en la biblia- es en esos momentos duros cuando se debe manifestar también la esperanza acompañada de la obediencia; obedecer a las autoridades también es una enseñanza bíblica (San Lucas 20, 25., Romanos 13, 1).  
            Confiamos pues que volveremos a nuestra vida ordinaria, a nuestro templo, a nuestra comunión, al encuentro de nuestros amigos. Seamos responsables guardándonos, construyendo una sociedad que pueda ser salvada del egoísmo que dice “a mí no me pasa”. Tengamos una fe que razona y es responsable, y que no da lugar a la superstición negligente.