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domingo, 8 de septiembre de 2019

La debacle familiar de David


            “A la vuelta del año, en la época en que los reyes salen a campaña, envió David a Joab con sus veteranos y todo Israel. Derrotaron a los amonitas y pusieron sitio a Rabá, mientras que David se quedó en Jerusalén. Un atardecer se levantó David de su lecho y se paseaba por el terrado de la casa real cuando vio desde lo alto del terrado a una mujer que se estaba bañando. Era una mujer muy hermosa. Mandó David para informarse sobre la mujer y le dijeron; “Es Betsabé, hija de Elián, esposa de Urías el hitita”. David envió gente que la trajese; llegó donde David y él se acostó con ella, cuando acababa de purificarse de sus reglas. Y ella se volvió a su casa. La mujer quedó embarazada y le hizo saber a David: “Estoy encinta” (2do libro de Samuel 11:1-5).
            El texto del adulterio del rey David presenta algo interesante de entrada; en el pensamiento antiguo la victoria militar se interpretaba como una providencia de Dios. El texto inicia presentando a un David que ya no lucha al frente de su pueblo, en ese contexto parece que David lo tiene todo; un pueblo que lo ama como rey, una promesa de Dios para poseer un reinado que durará eternamente –por el Mesías- así mismo victorias militares, sin embargo, sentirse tan seguro lo hace olvidarse de los mandamientos divinos entregándose a los placeres, abusando de su poder como rey para terminar convertido en un adultero, asesino intelectual de Urías esposo de Betsabé (cap. 11:14,15). ¿Cómo pudo tornarse la vida de un hombre brillante y convertirse en un ser tan obscuro?. Claramente, David no supo ser humilde en su abundancia y terminó convertido en un déspota, gobernado por sí mismo, no por Dios.
            El profeta Natán predicó a David la corrección necesaria; “haré que de tu propia casa se alce el mal contra ti…” (cap. 12:11)., después del adulterio, la historia de los hijos de David se tornó trágica; Amnón comete incesto abusando de Tamar, Absalón vengó a Tamar asesinando a Amnón y quedó prófugo para después pelear contra su padre, David.
            La predicación de Natán no debe ser traducida a nuestros días como “una maldición divina” porque la corrección no puede estar sustentada en una superstición religiosa. Más bien, la predicación de Natán debe ser entendida como los frutos del mal que sembró David en su propia casa, el padre de familia es el pilar moral de los hijos. David se entregó a sus deseos al adueñarse de Betsabé, estimó en nada la vida de Uríaz, por lo tanto, sus hijos quedan desprovistos del buen ejemplo de su padre, y más débilmente se entregan a sus propias pasiones y arrebatos, sin respetar nada.
            En esta etapa de David vemos la decadencia de un hombre portador de una promesa; de la casa de David vendrá el mesías, el eterno rey, pero esta promesa no lo exime de su debilidad humana. Haciendo un paralelo con David, nosotros también poseemos una promesa que nos fue entregada en el bautismo y es ratificada en cada eucaristía celebrada, pero tal regalo no nos exime de nuestra condición humana, pongamos atención para administrar la abundancia de la gracia y el perdón divino para no hacer mal uso de estos bienes. Somos hijos de Dios, merecedores del cielo o el infierno.  
            Aunque el corazón de Dios es más grande que el pecado de David, y por su arrepentimiento se escribió el salmo 51 “devuélveme el gozo de tu salvación…” (v. 14), superar la debacle familiar fue sin dudas un proceso doloroso que los marcó de por vida. Sea pues cada esposo pastor prudente de su propia casa.