Después Jesús salió y se fue, como era su costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron también sus discípulos. Llegados al lugar, les dijo: “Oren para que no caigan en tentación”. Después se alejó de ellos como a la distancia de un tiro de piedra, y doblando las rodillas oraba con estas palabras: “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Entonces se le apareció un ángel del cielo para consolarlo. Entró en agonía y oraba con mayor insistencia. Su sudor se convirtió en gotas de sangre que caían hasta el suelo (Lucas 22:39-44).
En este pasaje leemos parte de la agonía de Jesucristo en el huerto de los Olivos previo a su arresto, como sabemos Cristo será arrestado, juzgado y crucificado. Muchos débiles en la fe preguntan: ¿Por qué El Padre permitió este sufrimiento? Ó ¿Por qué El Padre no escucho las oraciones de Cristo?. Pero, la realidad es otra, pues como leemos, al terminar Cristo de decir: “no se haga mi voluntad sino la tuya” es cuando El Padre envía un Ángel para animarlo y consolarlo en su pena, esto es señal de que Dios si está atento a las oraciones, aunque no las atienda en el modo, en la forma y en el tiempo que nosotros queremos, pues si Dios atendiera nuestras peticiones a nuestro modo, entonces ¿quién seria el siervo?.
La agonía de Cristo es la agonía de un hombre, un hombre que a la vez es Dios mismo. Siendo pues Dios y hombre a la vez, podemos encontrar una debilidad humana ante la inminente crucifixión: “Cristo es fuerte por ser Dios y es débil porque es humano”. Y en su sufrimiento fue consolado por el Ángel cuando Judas lo traicionó, y si Cristo siendo mayor a cualquier hombre aun así fue consolado, porque habremos de negar la necesidad de ser consolados por un Ángel ó de recurrir a la protección de uno de ellos, pues desde niños rezamos: “Ángel de la guarda…, no me desampares”. ¿Por qué habremos de olvidar esta creencia?, siendo que Cristo aun mas poderoso que nosotros no despreció el consuelo y recibió de aquel Ángel el animó para poder superar aquello, ¿Por qué nosotros siendo menos, habremos de despreciar este regalo?.
Miremos también la transfiguración de Cristo donde Moisés y Elías son presentados en el monte ante los ojos de los Apóstoles: Pedro, Santiago y Juan. Muchos podrían pensar que la presencia de Moisés y Elías significan una aprobación a la labor de Cristo en Jerusalén, pero no será también que en este acontecimiento Dios quiso mostrar a Pedro, Santiago y Juan, la obra que Dios realizó en estos dos hombres del antigua alianza, a tal grado que Dios manifestó la familia celeste siendo esto del agrado de Pedro pues quiso quedarse entre ellos y exclamo: “Señor, es bueno quedarnos aquí, hagamos tiendas para nosotros y para ellos” (San Mateo 17:1-8). Mostrando el Padre a Moisés y Elías nos manifiesta aquello a lo que la especie humana puede aspirar por la acción de Dios, ¿Por qué habremos de desecharlo? Ó ¿Por qué no habremos de compartirlo al transmitir la fe?. Pues aun otros dos evangelistas manifiestan a la Iglesia este evento.
No nos avergoncemos de tener una familia viva en los cielos, de hombres y mujeres que estando en el mundo aspiraron a servir a Dios, pues Dios desde las Sagradas Escrituras nos ha mostrado a que podemos aspirar. No tengamos miedo de pedirle a Dios la compañía de un Ángel que este a nuestro cuidado, pues cuando Cristo sufría recibió de Dios el consuelo por medio de aquel Ángel.
En este pasaje leemos parte de la agonía de Jesucristo en el huerto de los Olivos previo a su arresto, como sabemos Cristo será arrestado, juzgado y crucificado. Muchos débiles en la fe preguntan: ¿Por qué El Padre permitió este sufrimiento? Ó ¿Por qué El Padre no escucho las oraciones de Cristo?. Pero, la realidad es otra, pues como leemos, al terminar Cristo de decir: “no se haga mi voluntad sino la tuya” es cuando El Padre envía un Ángel para animarlo y consolarlo en su pena, esto es señal de que Dios si está atento a las oraciones, aunque no las atienda en el modo, en la forma y en el tiempo que nosotros queremos, pues si Dios atendiera nuestras peticiones a nuestro modo, entonces ¿quién seria el siervo?.
La agonía de Cristo es la agonía de un hombre, un hombre que a la vez es Dios mismo. Siendo pues Dios y hombre a la vez, podemos encontrar una debilidad humana ante la inminente crucifixión: “Cristo es fuerte por ser Dios y es débil porque es humano”. Y en su sufrimiento fue consolado por el Ángel cuando Judas lo traicionó, y si Cristo siendo mayor a cualquier hombre aun así fue consolado, porque habremos de negar la necesidad de ser consolados por un Ángel ó de recurrir a la protección de uno de ellos, pues desde niños rezamos: “Ángel de la guarda…, no me desampares”. ¿Por qué habremos de olvidar esta creencia?, siendo que Cristo aun mas poderoso que nosotros no despreció el consuelo y recibió de aquel Ángel el animó para poder superar aquello, ¿Por qué nosotros siendo menos, habremos de despreciar este regalo?.
Miremos también la transfiguración de Cristo donde Moisés y Elías son presentados en el monte ante los ojos de los Apóstoles: Pedro, Santiago y Juan. Muchos podrían pensar que la presencia de Moisés y Elías significan una aprobación a la labor de Cristo en Jerusalén, pero no será también que en este acontecimiento Dios quiso mostrar a Pedro, Santiago y Juan, la obra que Dios realizó en estos dos hombres del antigua alianza, a tal grado que Dios manifestó la familia celeste siendo esto del agrado de Pedro pues quiso quedarse entre ellos y exclamo: “Señor, es bueno quedarnos aquí, hagamos tiendas para nosotros y para ellos” (San Mateo 17:1-8). Mostrando el Padre a Moisés y Elías nos manifiesta aquello a lo que la especie humana puede aspirar por la acción de Dios, ¿Por qué habremos de desecharlo? Ó ¿Por qué no habremos de compartirlo al transmitir la fe?. Pues aun otros dos evangelistas manifiestan a la Iglesia este evento.
No nos avergoncemos de tener una familia viva en los cielos, de hombres y mujeres que estando en el mundo aspiraron a servir a Dios, pues Dios desde las Sagradas Escrituras nos ha mostrado a que podemos aspirar. No tengamos miedo de pedirle a Dios la compañía de un Ángel que este a nuestro cuidado, pues cuando Cristo sufría recibió de Dios el consuelo por medio de aquel Ángel.