De este 19 al 26 de septiembre los
judíos celebraron “Sucot”, mencionada en los evangelios como “la fiesta de los
tabernáculos”. Como católicos no estamos obligados a celebrar ninguna fiesta
judía, sin embargo, por cultura es bueno conocer.
En esta fiesta, los judíos construyen
cabañas con ramas para vivir ahí por siete días. El antiguo testamento
establecía: “Durante siete días ustedes vivirán en chozas; todos los hijos de
Israel vivirán en chozas, para que los descendientes de ustedes sepan que yo
hice vivir en chozas a los hijos de Israel cuando los saqué de la tierra de
Egipto: ¡Yo soy Yavé, su Dios!” (Levítico 23:24). La palabra “tabernáculo”
significa “templo móvil”. El principal motivo es habitar en una casa temporal, así
los judíos se miran como peregrinos, adoran a Dios fuera de la casa habitual
para reconocer que todas las posesiones permanentes son transitorias.
En
el pasaje de la transfiguración de Jesús, el apóstol hace referencia a la tradición
del Sucot guardada por judíos: “Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: -Señor,
¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, levantaré aquí tres enramadas: una
para ti, otra para Moisés y otra para Elías.-” (San Lucas 17:4). La
trasfiguración es mencionada en tres evangelios (San Lucas 9:28-36, S. Marcos
9:2-8, S. Mateo 17:1-13). En ella, Jesús muestra su gloria en su cuerpo mortal,
estando en un monte a las afueras de Jerusalén en compañía de tres apóstoles:
Pedro, Jacobo y Juan. Su figura se transforma estando a su lado Moisés y Elías
que representan la ley y los profetas. Una nube los cubre mientras del cielo
resuena: “este es mi Hijo amado, a El oid”. Recordemos que, Jesús es el nuevo
templo. En su plática con los fariseos manifestó: “destruyan este templo y yo
lo edificare en tres días” (S. Juan 2:19-22), los fariseos pensaban en el
templo de Jerusalén, pero él se refería a su cuerpo como templo.
Asociar la transfiguración con la fiesta
de los tabernáculos conlleva elementos en común, leamos los símbolos. La fiesta
judía recuerda el peregrinar del desierto, el culto que ofreció Moisés en una
carpa, mientras que, en la transfiguración encontramos los símbolos afines al éxodo:
el desierto, la gloria de Dios que desciende, la nube, la ley y sobre todo el
templo móvil, el tabernáculo.
El
hecho de que Jesús se transfigure en el tiempo de la fiesta de los tabernáculos
no es un hecho aislado, sino que, Jesús mostro su gloria en su cuerpo
transitorio en los tiempos de “Sucot”. Se concluye que, el cuerpo de Jesús tras
su muerte paso de ser un templo móvil ò tabernáculo a ser un templo permanente
por su resurrección. Esto debe darnos confianza en que Dios no obro al azar,
pues dio plenitud a una celebración judía del antiguo testamento.
Si miramos la totalidad de Cristo: “Yo
soy el camino, la Verdad y la Vida” (S. Juan 14:6), debemos reconocer que aquel
cuerpo que contiene tales atributos manifiesto su gloria en medio de sus
escogidos: Moisés y Elías, pilares del antiguo testamento, Pedro y los Apóstoles,
pilares de la Iglesia. El pueblo de la alianza permanece peregrino. Desde la antigüedad
hubo escogidos para discipular a otros y otorgar sucesión para no errar en el
camino hacia la gloria.
Nosotros somos templos móviles cada vez
que comemos de la Eucaristía y recibimos los sacramentos. También permanecemos
peregrinos en el desierto de la vida, buscando llegar a la tierra prometida. Tenemos
el decálogo, los profetas pero sobre todo la sucesión apostólica para recibir dirección
y establecer un rumbo.
Aunque nuestro cuerpo sea un templo
débil y mortal, confiamos que un día dejaremos de ser transitorios para
convertirnos en algo eterno. Somos peregrinos pero no estamos a la deriva. Dios
guardo a Israel hasta el Mesías, Dios guardará a la Iglesia hasta cumplir en
ella sus promesas. Sigamos adelante como templos vivos que somos.