La semana pasada en el sitio web: “Religión
en libertad” (www.religionenlibertad.com),
leí sobre el caso de Jason Lepojärvi, un teólogo luterano, filosofo y catedrático
de la Universidad de Oxford. Su tesis doctoral trata sobre la “Teología del
Cuerpo” según Juan Pablo II (catequesis del Papa sobre el cuerpo humano y la
sexualidad). Lo interesante de Lepojärvi es que siendo luterano, de pensamiento
ecuménico, confiesa que uno de sus impedimentos para ser católico es el dogma
de “la infalibilidad del Papa”, pero desea recibir información. Me contacte con
él. Aunque el documento que elaboré para Lepojärvi es extenso, expongo
fragmentos:
Si tomamos la antítesis del dogma: “el
papa no es infalible, porque ningún hombre es infalible”, por lógica debemos
suponer:
Si ningún hombre es infalible, entonces,
¿por qué tantos predicadores presumen “predicar con la verdad”, si son hombres
quienes la predican?, ¿Quién dice “te invito a mi Iglesia, mi pastor predica muy
bien, pero te advierto, su sermón tiene errores porque ningún hombre es infalible”?,
nadie dice eso.
Si ningún hombre es infalible,
¿debemos dudar de las cartas de San Pablo?, el jamás no conoció a Jesucristo, solo
tuvo una visión. Mahoma, Joseph Smith y muchos predicadores afirman tener
“visiones del Señor” y establecen doctrinas contradictorias.
Todos los protestantes confían ciegamente en los libros
del Nuevo Testamento, pero, ¿Quien escogió los libros?, ¿Quién incluyo las
epístolas de San Pablo y excluyo la epístola de Bernabé?. La historia dice que
el canon se estableció en el concilio de Roma (382 d.C.), bajo el pontificado
del papa San Dámasco I. ¿Debemos dudar del canon? ò ¿Confiar en que el papa fue
infalible al decir: “estos son los libros del nuevo testamento”?.
Todos protestantes afirman tener la Verdad porque tienen
a Jesucristo. Usan el pasaje de San Juan 16:13 para justificar la “verdad” de sus
doctrinas: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la
verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que
oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir” (San Juan 16:13). Pero,
si el Espíritu de la Verdad ha llegado, ¿Por qué hay tantas denominaciones que
no comulgan entre sí?, ¿el mismo Espíritu puede revelar contradicciones para
formar nuevas Iglesias con nuevas doctrinas?. Si leyéramos el pasaje de modo
literal, reconoceríamos Jesús no se dirigió a los gentiles, sino a los judíos
(los apóstoles, entre ellos San Pedro). Entonces, ¿Cómo puede alguien tomar la
biblia, leer la 1era y 2da carta de San Pedro, afirmar “es palabra de Dios” y a
la vez afirmar “el autor, no tiene la infalibilidad”?, ¿la carta es infalible
pero el autor no posee el Espíritu de la Verdad?, ¿en qué momento la carta se
convirtió “en divina e infalible” y el autor perdió el don?. Es algo absurdo.
El concepto “infalible” emana de la
Biblia, pues toda la cristiandad la considera sin errores. Podemos confiar en
la infalibilidad del apóstol usando la lógica, leyendo la biblia; “Y él mismo (Jesucristo)
constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a
otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del
ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos
a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto,
a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; Para que ya no seamos
niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por
estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del
error” (Efesios 4:11-14). San Pablo coloca en primer lugar a los apóstoles como
infalibles para guiar a la Iglesia. Entonces, ¿si el representante de San
Pedro, a quien Jesucristo entrego las llaves del reino de los cielos (san Mateo
16:19) y pidió pastorear sus ovejas (San Juan 21:15-19), no resulta infalible
en lo que enseña, si es que esto no está definido, entonces quien puede ser
infalible?. Jesucristo no dejo el pastorado de la Iglesia al azar de los
individuos, sino en la tutela de los apóstoles, siendo San Pedro aquel que recibió
los dones que ningún otro bautizado posee.