Todos conocemos el pasaje de la
torre de Babel, aquel edificio que los hombres antiguos crearon para llegar al
cielo en su intento por conseguir la admiración del mundo. El relato del Génesis
señala que en ese entonces todos los pueblos tenían un mismo lenguaje y
expresaron; “vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en los
cielos, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la faz de la
tierra” (cap. 11, v. 4). El texto afirma que Dios confundió el lenguaje de los
hombres para que no lograran tal objetivo.
El mensaje de la torre de Babel es
actual si sabemos comprender los elementos que aparecen en el. ¿Acaso los
hombres de hoy no hablan un mismo lenguaje y parecen estar de acuerdo en
conseguir la fama?, de eso hablan todos, de la fama, el poder, el tener. El egocentrismo
se apodera de su razón y aunque tengan el mismo dialecto no logran comunicarse
entre sí por estar centrados en sí mismos. ¿Acaso no hemos hecho de nuestros
templos una torre de Babel?, nuestro templo es el edificio en el cual
pretendemos alcanzar el cielo en comunidad, tal cosa es permitida, pero hacemos
del inmueble y nuestra vida un Babel cuando pretendemos alcanzar la fama como propósito
último y convertimos la religión en algo superficial, permaneciendo ajenos a
las cosas del Espíritu y las necesidades del prójimo.
Existe un pasaje paralelo a la torre
de Babel que puede ayudarnos a entender la vocación que Dios siembra en los
hombres para que busquen las cosas espirituales, este se encuentra en el libro
del Génesis y es el relato de “la escalera del sueño de Jacob”. El texto
afirma; “De pronto llegó a un lugar, y se detuvo en él para pasar la noche,
porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las piedras del lugar, se la puso
como almohada y se acostó allí. Entonces tuvo un sueño: vio una escalinata que
estaba apoyada sobre la tierra, y cuyo extremo superior tocaba el cielo. Por
ella subían y bajaban ángeles de Dios. Y el Señor, de pie junto a él, le decía:
"Yo soy el Señor, el Dios de Abraham, tu padre, y el Dios de Isaac. A ti y
a tu descendencia les daré la tierra donde estás acostado. Tu descendencia será
numerosa como el polvo de la tierra; te extenderás hacia el este y el oeste, el
norte y el sur; y por ti y tu descendencia, se bendecirán todas las familias de
la tierra. Yo estoy contigo: te protegeré dondequiera que vayas, y te haré
volver a esta tierra. No te abandonaré hasta haber cumplido todo lo que te
prometo". Jacob se despertó de su sueño y exclamó: "¡Verdaderamente
el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía!". Y lleno de temor, añadió:
"¡Qué temible es este lugar! Es nada menos que la casa de Dios y la puerta
del cielo". A la madrugada del día siguiente, Jacob tomó la piedra que le
había servido de almohada, la erigió como piedra conmemorativa, y derramó
aceite sobre ella. Y a ese lugar, que antes se llamaba Luz, lo llamó Betel, que
significa "Casa de Dios" (Génesis 28:11-19).
Para el pensamiento judío, el lugar
en el que Jacob se detuvo a descansar se cree que coincide con el monte Moriá,
donde se construyó el Templo de Jerusalén. La Escalera simbolizaría el
"puente" entre el Cielo y la Tierra, establecido a través del pacto
entre Dios y el pueblo judío. Para el judaísmo el templo físico está muy ligado
al pacto y al perdón, sin el templo de Jerusalén la fe judía está incompleta.
Dentro de los evangelios existen alusiones
a estas creencias judías y el caso de Jacob bajo una óptica cristiana. Es Jesús
quien señaló: “En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los
ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre” (S. Juan 1:51). En esta
expresión podemos entender que el puente entre el Padre y los hombres es Jesús,
y que el templo del nuevo testamento en realidad es un templo encarnado; es Él
y quien se añade a Él. Somos sagrarios de Dios por ser portadores de su
presencia. La Iglesia es una Iglesia encarnada, de personas que buscan los
dones divinos y forman lazos entre sí, pero entre ellos habrá aquellos que estén
en Babel, ensimismados en ser reconocidos y ser protagonistas, creando
divisiones porque no hablan un mismo lenguaje, el lenguaje del espíritu. Con
ellos hay que guardar paciencia, hacer oración, ofrecer ayuno para que su
deleite sea el Espíritu, y sobre todo mirar la viga en nuestro ojo, no sea que
seamos iguales ó peor que ellos.