domingo, 12 de agosto de 2018

Una Iglesia de carne


            Todos conocemos el pasaje de la torre de Babel, aquel edificio que los hombres antiguos crearon para llegar al cielo en su intento por conseguir la admiración del mundo. El relato del Génesis señala que en ese entonces todos los pueblos tenían un mismo lenguaje y expresaron; “vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la faz de la tierra” (cap. 11, v. 4). El texto afirma que Dios confundió el lenguaje de los hombres para que no lograran tal objetivo.
            El mensaje de la torre de Babel es actual si sabemos comprender los elementos que aparecen en el. ¿Acaso los hombres de hoy no hablan un mismo lenguaje y parecen estar de acuerdo en conseguir la fama?, de eso hablan todos, de la fama, el poder, el tener. El egocentrismo se apodera de su razón y aunque tengan el mismo dialecto no logran comunicarse entre sí por estar centrados en sí mismos. ¿Acaso no hemos hecho de nuestros templos una torre de Babel?, nuestro templo es el edificio en el cual pretendemos alcanzar el cielo en comunidad, tal cosa es permitida, pero hacemos del inmueble y nuestra vida un Babel cuando pretendemos alcanzar la fama como propósito último y convertimos la religión en algo superficial, permaneciendo ajenos a las cosas del Espíritu y las necesidades del prójimo.
            Existe un pasaje paralelo a la torre de Babel que puede ayudarnos a entender la vocación que Dios siembra en los hombres para que busquen las cosas espirituales, este se encuentra en el libro del Génesis y es el relato de “la escalera del sueño de Jacob”. El texto afirma; “De pronto llegó a un lugar, y se detuvo en él para pasar la noche, porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las piedras del lugar, se la puso como almohada y se acostó allí. Entonces tuvo un sueño: vio una escalinata que estaba apoyada sobre la tierra, y cuyo extremo superior tocaba el cielo. Por ella subían y bajaban ángeles de Dios. Y el Señor, de pie junto a él, le decía: "Yo soy el Señor, el Dios de Abraham, tu padre, y el Dios de Isaac. A ti y a tu descendencia les daré la tierra donde estás acostado. Tu descendencia será numerosa como el polvo de la tierra; te extenderás hacia el este y el oeste, el norte y el sur; y por ti y tu descendencia, se bendecirán todas las familias de la tierra. Yo estoy contigo: te protegeré dondequiera que vayas, y te haré volver a esta tierra. No te abandonaré hasta haber cumplido todo lo que te prometo". Jacob se despertó de su sueño y exclamó: "¡Verdaderamente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía!". Y lleno de temor, añadió: "¡Qué temible es este lugar! Es nada menos que la casa de Dios y la puerta del cielo". A la madrugada del día siguiente, Jacob tomó la piedra que le había servido de almohada, la erigió como piedra conmemorativa, y derramó aceite sobre ella. Y a ese lugar, que antes se llamaba Luz, lo llamó Betel, que significa "Casa de Dios" (Génesis 28:11-19).  
            Para el pensamiento judío, el lugar en el que Jacob se detuvo a descansar se cree que coincide con el monte Moriá, donde se construyó el Templo de Jerusalén. La Escalera simbolizaría el "puente" entre el Cielo y la Tierra, establecido a través del pacto entre Dios y el pueblo judío. Para el judaísmo el templo físico está muy ligado al pacto y al perdón, sin el templo de Jerusalén la fe judía está incompleta.
            Dentro de los evangelios existen alusiones a estas creencias judías y el caso de Jacob bajo una óptica cristiana. Es Jesús quien señaló: “En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre” (S. Juan 1:51). En esta expresión podemos entender que el puente entre el Padre y los hombres es Jesús, y que el templo del nuevo testamento en realidad es un templo encarnado; es Él y quien se añade a Él. Somos sagrarios de Dios por ser portadores de su presencia. La Iglesia es una Iglesia encarnada, de personas que buscan los dones divinos y forman lazos entre sí, pero entre ellos habrá aquellos que estén en Babel, ensimismados en ser reconocidos y ser protagonistas, creando divisiones porque no hablan un mismo lenguaje, el lenguaje del espíritu. Con ellos hay que guardar paciencia, hacer oración, ofrecer ayuno para que su deleite sea el Espíritu, y sobre todo mirar la viga en nuestro ojo, no sea que seamos iguales ó peor que ellos.