domingo, 5 de agosto de 2018

La Iglesia soy yo


            Recuerdo la primera vez que decidí confesarme, acudí a una Iglesia para preguntar los horarios de confesión, el encargado me pregunto “¿te vas a casar?” y respondí “no, vengo porque deseo confesarme”.
            Por mucho tiempo pensé que tomar la cruz significaba guardar los mandamientos, ahora entiendo que no, tomar la cruz es más que eso, tomar la cruz es guardar la fe pero no cualquier fe, sino la fe dejada por Jesús y sus apóstoles.    Evidentemente guardar la fe conlleva el guardar los mandamientos, pero quien guarda los mandamientos no necesariamente guarda la fe, también hay ateos que no son adúlteros, pagan lo que es justo, son gente de fiar, hacen caridad y llevan una vida con virtud. No puedo afirmar si se salvaran ó no –el juicio es un asunto de Dios- pero ¿si yo solamente me apoyo en seguir un camino de virtud, abandonando la fe, me salvaré?, tampoco puedo saberlo porque el juez es Dios, porque si abandono la fe que Jesús dejó por medio de su Iglesia, ¿no estaré despreciando el proyecto que Él estableció?. Si la respuesta es “si”, entonces, ¿Dónde quedará mi alma si he despreciado lo que Dios instituyó?.  
            Si Jesús señaló sobre su Iglesia “lo que ates en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desates en la tierra, será desatado en los cielos”, y el magisterio de la Iglesia enseña “este dogma es así” y yo digo “no, para mí no es así”, ¿en verdad me fio de Jesús?, ¿no es mi confianza muy pequeña?. Cuando voy con el médico, él dice “toma esto y esto otro” y lo hago sin dudar, ¿Porqué dudo de la enseñanza de la Iglesia que Jesús estableció?, ¿acaso no tengo fe?, ó ¿tengo fe y me apoyo en mi razonamiento?.
            Es normal que usemos el raciocinio teniendo fe, solo añadamos a nuestra fe la confianza para librarnos de la aversión y dejarnos guiar por aquello que Jesús instituyó. Esto se logra con oración pidiendo sabiduría. El que no se arrodilla ante Dios pidiéndole el don para entender, no entenderá nada.     
            En estos tiempos muchos católicos han dejado de creer cosas fundamentales de nuestra fe; el juicio de Dios, la gloria después de esta vida, la resurrección de la carne, el castigo eterno, la confesión de pecados, la realidad de la eucaristía, la santidad de María ó del propio Jesús, ó simplemente no miran a la Iglesia como el proyecto de Dios, porque si la miraran como tal no cuestionarían ni siquiera las vestiduras del sacerdote por estar enfocados en su propia salvación, pero como no creen del todo, por eso miran la paja en el ojo del sacerdote antes de mirar la suya propia, tan llenos de mezquindad están que si logran mirar algún clérigo con un anillo caro solo por eso le restan autoridad, y con ello, evidencian su propia miseria espiritual al querer agrandarse por señalar los errores de los sacerdotes. ¡Vaya clase de hermanos que somos!.          
            Hermanos, sigamos caminando en este proyecto divino, confiando en el magisterio de la Iglesia pues Dios no instaura las cosas para hacernos perder el tiempo sino para ganarlo y llevarnos a la santidad. Seamos humildes ante Dios en la oración para que Él mismo por su Santo Espíritu nos dé el don para entender, para sumarnos y no dividirnos, y sobre todo, antes de ser renuentes y reacios con la Iglesia pensemos ¡la Iglesia soy yo y esa es mi cruz!.