Después
de que Caín mato a su hermano Abel, Dios lo buscó. Los versos del libro de Génesis
afirman; “Dios dijo a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel?”, contesto “No sé,
¿Soy yo acaso el guardia de mi hermano?”. Replicó Dios: “¿Qué has hecho?, se
oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito
seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre
de tu hermano. Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y
errante serás en la tierra”. Entonces dijo Caín a Dios: “Mi culpa es demasiado
grande para soportarla. Es decir que hoy me echas de este suelo y he de
esconderme de tu presencia, convertido en vagabundo errante por la tierra, y
cualquiera que me encuentre me matará”. Respondióle Dios: “Al contrario,
quienquiera que matare a Caín, lo pagara siete veces” y Dios puso una señal a
Caín para que nadie que le encontrase le atacara” (Génesis 4:9-15).
La
sangre de Abel clama por justicia, el texto es claro al afirmar; “se oye la
sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo”, es Dios quien atiende esta
situación buscando a Caín, llamándolo a la introspección: “¿Dónde está tu
hermano?”, “¿Qué has hecho?”.
Después
de este llamado, Dios hace la siguiente declaración sobre Caín: “maldito seas,
lejos de este suelo que abrió su boca para recibir la sangre de tu hermano…”. En
el sentido pedagógico, este señalamiento debe ser entendido como una
amonestación del creador para propiciar el arrepentimiento del pecador. Tras el
señalamiento, Caín reconoce su acto y acepta su culpa: “Mi culpa es demasiado
grande para soportarla…”. Caín no evadió su acción, ni se justifico culpando a
su hermano. Al final de su declaración hace este señalamiento “quien me
encuentre me matará”, y en respuesta a ello, Dios otorga a Caín una “marca”
para que nadie lo ataque.
Es
necesario señalar un antecedente. El pentateuco –compendio de libros que
incluye Génesis- fue escrito por Moisés. Uno de los conceptos más antiguos
entregado por Moisés al pueblo hebreo fue “el que hiera de muerte a otro,
ciertamente morirá” (Ex. 21:12). Cuando Moisés escribe en el Pentateuco la
historia de Caín, parece caer en una contradicción, Caín debiese morir de la
misma forma en que él asesino a su hermano Abel. Moisés por la revelación
introduce en el relato “la marca” que recibió Caín y esto lo libró de recibir una
muerte violenta. Esta “marca” es un beneficio para Caín. En un contexto antiguo
y en términos humanos la justicia de Dios parece ser ineficiente; Caín asesinó
a su hermano y en vez de recibir el mismo pago se le otorgó una marca para que
nadie lo asesine. ¿Dónde está la justicia?. El asesino parece recibir mayor
beneficio que el asesinado. La justicia divina es distinta a la justicia
humana.
Esta
“marca” que Caín recibió es una prefigura de un sacramento. Cuando nosotros
obramos el mal y nos arrepentimos, acudimos al sacramento de la confesión y
reconciliación, y así, con esta marca Dios nos libra de la muerte eterna (el
infierno).
En
el llamado de la justicia divina, desde que la sangre de Abel cae al suelo y la
clama, San Pablo, en la carta a los Romanos, hizo una declaración interesante
que funciona muy bien como un paralelo entre la sangre de Abel y la sangre de
Jesús. El apóstol afirmó, refiriéndose al evangelio, que la justicia de Dios se
revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia (Romanos 1:16-19). Aquí
podemos notar también, que la sangre de Jesús al igual que la de Abel, clama
justicia, pero no es una justicia vengativa al modo de la justicia requerida
por los humanos, sino que es, una justicia que reconcilia y dota al mundo del
llamado a la conversión, entregando a cada hombre esa marca en un sacramento
para librarlo de la impiedad en la que vive y salvarlo de la segunda muerte (el
infierno). Es necesario que la justicia de Dios llegue a todos.