El
catecismo de la Iglesia católica en el número 1905 a 1912, nos dice que existe
un bien común universal y que éste exige una organización correspondiente.
Para
que exista solidaridad primero debe existir y reconocerse un bien común, el
cual es visualizado por la razón y la conciencia de los individuos en modo
colectivo. La solidaridad nace después del bien común, y supone una visión
humana de estar abierto a los demás, de esta forma los individuos contribuyen
desde sus posibilidades a las necesidades y retos que enfrenta la comunidad.
El
conflicto entre el bien común y el bien individual debe resolverse sabiendo
enfocar el bien individual dentro de un bien común ó haciendo posible que el
bien común pueda ser representado en un bien individual. Esto bajo una visión
ética y moral en la búsqueda del bien. Dentro de las Sagradas Escrituras
podemos encontrar la enseñanza “trata a los demás como deseas ser tratado”.
Esta idea conjuga el bien común con el bien individual. El bien común es una
meta en común que nos beneficia, la solidaridad es el actuar encaminados a ese
bien.
Dentro
de las necesidades sociales que enfrascan a las comunidades en el
subdesarrollo, se debe observar que existen circunstancias que afectan a los
individuos en modo colectivo y proceden de una causa inmoral, una injusticia,
un proceder nocivo contra miembros de la comunidad, que atenta al desarrollo
personal y en suma, a la comunidad. Al existir una causa moral en el
subdesarrollo, se toma en cuenta una dimensión moral de la situación para
plantear una solución. Esto significa insistir en un cambio del corazón. La
solidaridad es fruto de la conversión, de un ser que decide buscar el beneficio
del grupo bajo una norma ética y moral. La solidaridad cristiana debe ser
revestida de una fuerza mayor, la caridad en la gracia de Dios.
El
principio de subsidiariedad apareció por primera vez en la Encíclica “Quadragesimo
anno” del Papa Pio XI. Este principio tiene dos vertientes. Las sociedades más
desarrolladas en la solidaridad, deben respetar la autonomía de los grupos y
comunidades menos eficientes en este acto. El bien común y la solidaridad es
fruto de una conciencia y raciocinio colectivo, no de una imposición. Además, las
sociedades con mayor conocimiento y mejor desarrollo, deben ayudar a las
sociedades subdesarrolladas cuando estas no pueden lograr sus fines por sí
mismas. Considerando que el individuo y la comunidad tienen el derecho y la obligación
para desarrollarse según su propia naturaleza y misión, siendo reconocida y
aceptada., sin obligar bajo un totalitarismo, que condicione el desarrollo. El
principio del respeto garantiza el buen funcionamiento de la vida social y
política, familiar, económica y de Estado.
En
la encíclica “Pacem In Taris”, Juan XXIII, escribió sobre la aplicación de la
subsidiariedad a nivel internacional; “140. Además, así como en cada Estado es
preciso que las relaciones que median entre la autoridad pública y los ciudadanos,
las familias y los grupos intermedios, se regulen y gobiernen por el principio
de la acción subsidiaria, es justo que las relaciones entre la autoridad
pública mundial y las autoridades públicas de cada nación se regulen y rijan
por el mismo principio. Esto significa que la misión propia de esta autoridad
mundial es examinar y resolver los problemas relacionados con el bien común
universal en el orden económico, social, político o cultural, ya que estos
problemas, por su extrema gravedad, amplitud extraordinaria y urgencia
inmediata, presentan dificultades superiores a las que pueden resolver
satisfactoriamente los gobernantes de cada nación. 141. Es decir, no
corresponde a esta autoridad mundial limitar la esfera de acción o invadir la
competencia propia de la autoridad pública de cada Estado. Por el contrario, la
autoridad mundial debe procurar que en todo el mundo se cree un ambiente dentro
del cual no sólo los poderes públicos de cada nación, sino también los
individuos y los grupos intermedios, puedan con mayor seguridad realizar sus
funciones, cumplir sus deberes y defender sus derechos”.