En el primer libro de los reyes encontramos
episodios importantes sobre la vida del rey Salomón. Tras convertirse en
sucesor de su padre, el rey David, pudo consolidar su corona y construir el
templo de Dios en Jerusalén. La Sagrada Escritura narra tres períodos dentro de
la vida de Salomón que son un paralelo importante y sirven de referencia en la
vida espiritual de todo creyente. Estos episodios son su prosperidad y sabiduría, su tibieza y su dobles, su caída, y en paralelo
gracia y espíritu, tibieza y dobles en la
tentación, caída tras cometer el
pecado.
El
primer período es descrito en el capítulo diez. Salomón es famoso por su sabiduría
y los pueblos circunvecinos acuden a visitarlo para recibir sus consejos, el mundo
lo halaba como “el gran sabio”, le tributan honores con oro y regalos. La reina
de Sabá expresó: “¡Realmente era verdad todo lo que había oído decir en mi país
de ti y de tu sabiduría!. No creía lo que se decía sin antes verlo con mis
propios ojos, pero es un hecho que no me habían dicho ni la mitad. Tú superas
en sabiduría y en gloria lo que tu fama me había transmitido” (v. 6,7). En este período Salomón se convierte en un “pre-evangelizador”
por las virtudes que el espíritu ha puesto en él, sabio y justo. Sus virtudes
son el motivo de influencia para otros, los atrae y sin necesidad de esforzarse
en convencer alguno, los paganos conocen y halaban al Dios verdadero.
En
el segundo período, Salomón pierde el primer amor por Dios, lentamente su
corazón se fue apartando de Él. Se entiende que Salomón tuvo contacto con
muchos pueblos paganos, ese sincretismo lo absorbió. La biblia describe como su
gusto por las mujeres lo arrastró y su fe pasó del monoteísmo al politeísmo: “Salomón
siguió a Astarté, la diosa de los sidonios y a Milcom, la abominación de los
amorreos. Hizo lo que no gusta a Dios en vez de obedecer perfectamente como su
padre David. Por ese entonces construyó en el cerro, al este de Jerusalén, un
santuario a Quemos, la abominación de Moab, y otro a Milcom, la abominación de
los amorreos. Eso hizo para todas sus mujeres extranjeras que ofrecían incienso
y sacrificios a sus dioses” (v. 5-8). Los
dones del espíritu no pueden ser mantenidos por meras apariencias o raciocinios
intelectuales, estas virtudes son fruto de una vida de oración. Ningún hombre –ni
Salomón, ni el sucesor de San Pedro- pueden fiarse de tener una vida espiritual
asegurada por tener cargo eminente en las cosas de Dios. En esta lucha interna,
el corazón humano es absorbido por la gracia de Dios o por el pecado que está
en el mundo.
El
último episodio proporciona el origen de la división del pueblo de Israel con
la revuelta de Jeroboán. El profeta Ajiás lanza una profecía afirmando que las
doce tribus de Israel quedaran divididas, diez tribus para Jeroboán y dos para
Salomón (1era de reyes 11:26-40).
Aunque
los hagiógrafos asociaron en una secuencia de eventos el politeísmo de Salomón
con la división del reino de Israel no debemos pensar que Dios actúo por venganza,
sino considerar que el pensamiento antiguo desea otorgarnos esta enseñanza: el
pecado trae división, entre Dios y yo, entre mis hermanos y yo, entre la piedad
y yo.
Reflexionemos
en el caso de Salomón; ¿Cuándo fue de mayor provecho Salomón para los paganos?,
¿Cuándo fue íntegro ante Dios en medio de los paganos? O ¿Cuándo por seguir a
los paganos mermo su integridad ante Dios?, llevémoslo a nosotros; ¿Cuándo es
de mayor provecho un sacerdote y un creyente para los incrédulos?, ¿Cuándo vive
la gracia en medio de ellos?, o ¿Cuándo por complacer a los incrédulos se merma
en la gracia?.