Muchas
personas cargan frustraciones y complejos, para desprenderse de estos males
buscan culpables: la economía, algún partido político, grupo racial, estrato
social o religión. Ellos construyen argumentos para justificar sus posturas y sentirse
validados en sí mismos por alguna forma de pensar o modo de vivir, construyen
ideales y siguen a esas figuras que los representan. Viven pensando que la
sociedad debe cambiar sintiéndose visionarios por encima de los demás. Tan
comprometidos están con ese imaginario que ellos mismos han alimentado que no
toleran opiniones en contra, y, cuando se encuentran a ese individuo que resume
todos los ideales antagónicos contra lo que ellos luchan lo atacan sin
conocerlo. Son como animales irracionales que buscan la más mínima evidencia
para lapidar a quien consideran su oponente. La realidad es que no existen
oponentes, ni adversarios. Solo existe ese prejuicio que construyen y alimentan
que les funciona como fortaleza para protegerse de ese complejo y temor que los
atormenta y aterroriza. Esto puede manifestarse de muchas formas: clasismo,
racismo, homofobia, heterofobia, repudio hacia alguna religión, hacia el
capitalismo, hacia el socialismo, etc. Es simplemente un odio que está en el
interior del corazón humano y se manifiesta contra alguien que represente tal
cosa: el sacerdote, el pobre, el migrante, el rico, el homosexual, la mujer, el
hombre, la prostituta, puede ser quien sea.
La
religión misma cae en esa tentación, convertirse en la fortaleza de esos
corazones atormentados que buscan en ella los argumentos para lapidar a los
otros; los impuros, los pecadores, los incrédulos, los otros. Es aquí donde se
tiene que poner bien claro que la religión es un asunto que nace desde el
juicio y el perdón interior para otorgar el perdón a los demás, a los otros que
viven de otra forma. Las palabras simples de Jesús: “no juzgues y no serás
juzgado”, “saca la viga en tu ojo…”.
Esta
idea me recuerda a una película que vi tiempo atrás: “American Pastoral”
(2016). El protagonista, Ewan McGregor, es un estadounidense emprendedor,
ciudadano esforzado, de valores tradicionales, que lucha por mantener a su
familia unida y sacar su negocio adelante; una esposa y una hija. ¿Hay algo
malo en esto?. Aparentemente no, pero mirado bajo la óptica antagónica esta hombre
es el hito que debe ser derribado por representar todo lo que un discurso político
de odio vocifera; si es estadounidense es un privilegiado por encima del resto
de muchas economías, si es blanco es un privilegiado por encima de la
diversidad de colores de piel, si es emprendedor es un capitalista que perpetua
un sistema que existe gracias a la explotación obrera, si sus valores son
tradicionales es porque se opone a la diversidad sexual y si es hombre, padre
de familia, eso le da un privilegio por encima de cualquier mujer. Visto desde
el discurso político todas estas expresiones tienen algo de realidad pero
llevado al individuo en lo particular probablemente no, es ahí donde se dan los
conflictos entre los individuos; personas que se encuentran con otras personas
y se miran desde sus ideales, desde sus prejuicios y estas ideas los limita
para que puedan conocerse, relacionarse y saber que la realidad es más simple y
vivible. En nuestro día a día nos
encontramos con cientos de personas, seamos pragmáticos para ver en ellos lo que
existe –no lo que nosotros imaginamos de ellos. El que odia por prejuicio suele
tener más fe que un religioso pues supone que sus prejuicios son verdaderos.