domingo, 10 de mayo de 2020

El prejuicio


            Muchas personas cargan frustraciones y complejos, para desprenderse de estos males buscan culpables: la economía, algún partido político, grupo racial, estrato social o religión. Ellos construyen argumentos para justificar sus posturas y sentirse validados en sí mismos por alguna forma de pensar o modo de vivir, construyen ideales y siguen a esas figuras que los representan. Viven pensando que la sociedad debe cambiar sintiéndose visionarios por encima de los demás. Tan comprometidos están con ese imaginario que ellos mismos han alimentado que no toleran opiniones en contra, y, cuando se encuentran a ese individuo que resume todos los ideales antagónicos contra lo que ellos luchan lo atacan sin conocerlo. Son como animales irracionales que buscan la más mínima evidencia para lapidar a quien consideran su oponente. La realidad es que no existen oponentes, ni adversarios. Solo existe ese prejuicio que construyen y alimentan que les funciona como fortaleza para protegerse de ese complejo y temor que los atormenta y aterroriza. Esto puede manifestarse de muchas formas: clasismo, racismo, homofobia, heterofobia, repudio hacia alguna religión, hacia el capitalismo, hacia el socialismo, etc. Es simplemente un odio que está en el interior del corazón humano y se manifiesta contra alguien que represente tal cosa: el sacerdote, el pobre, el migrante, el rico, el homosexual, la mujer, el hombre, la prostituta, puede ser quien sea.
            La religión misma cae en esa tentación, convertirse en la fortaleza de esos corazones atormentados que buscan en ella los argumentos para lapidar a los otros; los impuros, los pecadores, los incrédulos, los otros. Es aquí donde se tiene que poner bien claro que la religión es un asunto que nace desde el juicio y el perdón interior para otorgar el perdón a los demás, a los otros que viven de otra forma. Las palabras simples de Jesús: “no juzgues y no serás juzgado”, “saca la viga en tu ojo…”.  
            Esta idea me recuerda a una película que vi tiempo atrás: “American Pastoral” (2016). El protagonista, Ewan McGregor, es un estadounidense emprendedor, ciudadano esforzado, de valores tradicionales, que lucha por mantener a su familia unida y sacar su negocio adelante; una esposa y una hija. ¿Hay algo malo en esto?. Aparentemente no, pero mirado bajo la óptica antagónica esta hombre es el hito que debe ser derribado por representar todo lo que un discurso político de odio vocifera; si es estadounidense es un privilegiado por encima del resto de muchas economías, si es blanco es un privilegiado por encima de la diversidad de colores de piel, si es emprendedor es un capitalista que perpetua un sistema que existe gracias a la explotación obrera, si sus valores son tradicionales es porque se opone a la diversidad sexual y si es hombre, padre de familia, eso le da un privilegio por encima de cualquier mujer. Visto desde el discurso político todas estas expresiones tienen algo de realidad pero llevado al individuo en lo particular probablemente no, es ahí donde se dan los conflictos entre los individuos; personas que se encuentran con otras personas y se miran desde sus ideales, desde sus prejuicios y estas ideas los limita para que puedan conocerse, relacionarse y saber que la realidad es más simple y vivible.             En nuestro día a día nos encontramos con cientos de personas, seamos pragmáticos para ver en ellos lo que existe –no lo que nosotros imaginamos de ellos. El que odia por prejuicio suele tener más fe que un religioso pues supone que sus prejuicios son verdaderos.