El
concepto de “ser peregrinos de la vida en busca de la tierra prometida”, el
cielo, es una enseñanza que tiene antecedentes desde antes de la era cristiana.
La fiesta judía del sucot, conocida en la biblia como “la fiesta de los
tabernáculos”, enseña que las posesiones terrenas son temporales. Los judíos en
tiempo de los tabernáculos viven en “chozas”, con esto hacen alusión a las
chozas del peregrinar en el desierto, cuando buscaban con Moisés la tierra
prometida fiándose de la providencia de Dios.
Ser
peregrino de la vida va de la mano con la fe, depositamos nuestra confianza en
Dios o en nuestro patrimonio para seguir adelante, podemos encontrar desdichas
y alegrías. En los evangelios se mencionan textos sobre la confianza desmedida
que ponemos en los bienes materiales; “No acumulen tesoros en la tierra, donde
la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y
los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni
herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu
tesoro, estará también tu corazón” (San Mateo 6:19-21). “Les dijo entonces una
parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y
se preguntaba a sí mismo: "¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi
cosecha". Después pensó: "Voy a hacer esto: demoleré mis graneros,
construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y
diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa,
come, bebe y date buena vida. Pero Dios le dijo: "Insensato, esta misma
noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?”. Esto es lo que
sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios"
(San Lucas 12:16-21).
Es
cómodo fiarse de los bienes terrenales cuando se poseen, también es cómodo
argumentar lo contrario cuando no hay posesiones que presumir. Tanto la avaricia
del rico como la del pobre son síntoma inequívoco de que persiste la duda en la
providencia divina, somos humanos, aunque los pobres por su carencia tienen más
motivos para ejercitarse en la fe, aunque, nadie podrá heredar el reino de Dios
justificado por su lamentable situación económica.
Los
seres humanos, sin excepción, somos seres de fe. El ateo se fía de sus capacidades,
estudia esperando recibir un grado para tener acceso a mejores condiciones
laborales. Las personas desean contraer matrimonio porque tienen fe de que
vivirán lo que siempre anhelaron. El empresario invierte porque tiene fe en que
sus negocios le darán utilidades. El político se lanza como candidato porque
tiene fe en ganar. Casi todas las acciones humanas implican un paso de fe.
Todo
ser humano está lleno de ilusiones, esperanzas y cuando alcanzamos aquellos que
anhelamos nos alegramos. Sin embargo, podemos
tenerlo todo, pero solo por un instante porque todos los motivos que alegran el
corazón son perecederos, se finiquitan; tus padres morirán, tus hijos se irán,
tus bienes se depreciaran y hasta tu cuerpo, por la vejez ò la enfermedad, te
traicionara. Tanto el rico como el pobre en su lecho de muerte tienen a la fe
como la única posesión a cual aferrarse.