domingo, 10 de junio de 2018

La Gloria para que seamos uno


            Esta semana estuve meditando en la oración que Jesús hizo en el huerto del Getsemaní, en el momento previo a su arresto para llevarlo a juicio y crucificarlo. El evangelista san Lucas señala que este momento fue de tensión y agonía, pues al orar sus gotas de su sudor eran como gotas de sangre.
            La oración de Jesús en el huerto es mencionada por el evangelista san Juan (cap. 17) con una narrativa amplia de sus peticiones. Hay versos sumamente reveladores que cooperan para la búsqueda personal de la santidad; “Y ésta es la vida eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesús, el Cristo” (v. 3)., “Conságralos mediante la verdad: tu palabra es verdad” (v.17)., “Y por ellos ofrezco el sacrificio, para que también ellos sean consagrados en la verdad” (v. 19).
            En la oración del Getsemaní se contempla el anhelo de Jesús por sus discípulos para que obtengan lo necesario a razón de continuar la encomienda. En los versos contemplo la esperanza de Jesús puesta en los hombres –sus apóstoles- solicitando al Padre que los ayude y los consagre, para que la Palabra divina se proclame, él compartió lo recibido del Padre:   
            “Yo les he dado la Gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Así alcanzarán la perfección en la unidad, y el mundo conocerá que tú me has enviado y que yo los he amado a ellos como tú me amas a mí” (v. 22, 23).
            El texto menciona “Yo les he dado la Gloria que tú me diste”, ¿a que gloria se referirá?. Se refiere a la gloria de participar de la vida del evangelio para alcanzar la meta última después de la muerte, la gloria eterna. Es Jesús quien participó de esta vida después de la muerte, y la comparte, siendo la proclamación de la Palabra el inicio que nos invita a participar de la Gloria que Jesús tiene en compañía de su Padre. Si bien, Jesús es único redentor, él nos invita a colaborar en la obra del reino de Dios, para que nosotros compartamos también esta vida con los demás.
            Es interesante encontrar que Jesús ha compartido con ellos y con nosotros la Gloria que recibió del Padre, pero lo hace con un propósito: la unidad. Si no comprendemos que ese es el propósito de los dones divinos, estaremos mal gastando el regalo. El evangelio no debe ser motivo de división, es una invitación del Padre a la unidad.
            Dice la tradición de los judíos, en el inicio de la creación, en el Edén, toda la creación era una unidad y el pecado dio entrada a la división. Por el pecado entro la muerte al mundo, la muerte dividió la unidad de nuestro cuerpo y nuestro espíritu. El pecado trajo la división del ser humano con su creador y sus semejantes.
            Cuando apreciemos en nosotros ese sentir de la división, en la Iglesia ó con los demás, meditemos por encima de la tentación; ¿Qué nos mueve ó que nos lleva actuar de esa manera?, ¿Cuál es el propósito y fin de ese sentir?, ¿a quién edifica esa actitud?.
            Crezcamos en nuestro perdón para con los demás, disminuyamos nuestro ego y crezcamos en humidad, ofrezcamos esas mortificaciones que nos mueven a la división para propiciar la unidad, sin olvidar, primero tenemos que estar unidos nosotros al creador por medio de los instrumentos de su gracia.