La
palabra género despierta polémica,
disputas y confusiones. Algunos asocian el concepto al activismo LGBTI, al
feminismo o al feminismo LGBTI. Según Joan W. Scott, la discusión tomó fuerza cuando
se deslindó género de su identidad
binaria: masculino y femenino, y se asoció a la construcción cultural (lo que
se inculca de generación en generación, la identidad de los roles humanos dentro
de la historia). Esta discusión sobre género
me recuerda a la historia de la torre de Babel, el lenguaje se confundió y la
sociedad no pudo ponerse de acuerdo. En asuntos de género la meta máxima es construir equidad, en eso estamos de
acuerdo en este Babel.
Para
unos género puede significar un ideal
y para otros no. Género despierta
tanta pasión que es difícil juzgarlo sin ser llamados misóginos, homofóbicos o
arcaicos. Los argumentos en el debate parecen caer en absolutismos rigurosos
que ─justificándose en la construcción cultural─ pretenden imponer una visión
hasta en el uso de la gramática. El Dr. J. Luis Moure, Presidente de la
Academia Argentina de las Letras, lo advierte, señalando que se pretende
desdoblar la mención del sustantivo para hacer visible el género femenino
─Señoras y señores─, cuando es el articulo lo que visibiliza el género: “los y
las estudiantes”. Los defensores de intervenir el lenguaje argumentan que esto
ayudara en la construcción del lenguaje inclusivo, mientras que, el defensor
del lenguaje ─Moure─ afirma lo inverso; es primero la cultura la que modifica
la estructura del lenguaje.
Por
un lado, es común que movimientos de género
─feministas─ acusen al pensamiento judío-cristiano
por imponer una cultura patriarcal sin atribuirle a la religión un
beneficio. Debo añadir, fueron las feministas en tiempo de Abraham Lincoln
quienes justificaron su lucha con versos de la biblia: “creo, pues, Dios al ser
humano a imagen suya, a imagen de Dios los creó, varón y hembra los creó” (G.
1,27). Pocas veces o nunca, el feminismo moderno toma como referencia a Débora,
personaje de la biblia, 4to juez de Israel en sucesión en el
gobierno de los jueces, anterior a la teocracia hebrea (siglo XII a.C). También,
en la teocracia cristiana, el género
está representado por el poder divino que recae sobre la reina (nótese el caso
de la reina Isabel II, actual monarca del imperio británico, consagrada como
tal por el cristianismo anglicano). En esta pugna social por la lucha de género vale la pena mirar la historia y
preguntar: ¿los sistemas de gobierno judío-cristianos
fueron más abiertos al género si los
comparamos con el desarrollo histórico de la democracia Presidencial?. No lo sé
y si lo fueron en género, no lo
fueron en democracia.
Otras voces estudiosas de género como Teresa de Barbieri, no
culpan al pensamiento judío-cristiano
como autor intelectual del patriarcado. El descubrimiento del papel, la
acumulación de cereales, la minería, la producción de armas y la guerra, serian
lo substancial para que el varón cimentara su dominio social.
Por
otro lado, en el caso de los colectivos LGBTI y sus intereses de género, la discusión es larga y extensa.
Como, homologar bajo la ley civil, el modelo cristiano del matrimonio monógamo bajo
su visión de género.
Finalizando, cada
parte defiende su visión de lo que la lucha de género debe ser, cumplir y hacia donde debe ir. En mi postura, género luce como ese comodín de la baraja
de naipes donde cada quien resuelve su jugada a su mayor satisfacción. La
Iglesia debe jugar un papel importante como pieza social. Si hablamos el lenguaje de la cultura de género, nuestro género es católico y en esta
expresión se muestra la forma de entender y vivir el sexo y el género. Apelamos
a la inclusión en la cultura género
para contribuir como católicos a la construcción cultural de nuestra sociedad.