La vida de Jesús y su relación con
el templo es muy interesante, probablemente todas sus enseñanzas fueron en el templo
a excepción donde el evangelio lo señale; el monte, la sinagoga ó la casa de
alguien. San Lucas escribió: “todos los días enseñaba Jesús en el templo” (c.
19, v. 47), también, San Juan escribió la respuesta de Jesús a sus opresores en
su juicio; “siempre enseñé en la sinagoga y en el templo…” (c. 18, v. 20). Jesús
era un hombre que acudía al templo todos los días y esto debe nacerle de un
amor.
En el pasaje del templo y los
cambistas podemos apreciar el celo de Jesús por el lugar sagrado; “no hagáis de
la casa de mi Padre una casa de mercado” (S. Juan 2:16). Jesús no se retiro del
templo por la corrupción que había ahí, ¿nosotros porque habríamos de
retirarnos cuando la congregación se corrompe?. Retirarse del templo es una
actitud contraria el cristianismo, Jesús se quedo en el templo para purificarlo
y los exhortó. Debemos quedarnos y abrir los ojos para tomar la amonestación
como una oportunidad para llevar una mejor vida de fe. ¿Nos creemos menos
pecadores que aquellos cambistas?, ¿Qué honor y respeto debemos dar el lugar al
que Jesús llamo “la casa de mi Padre”?.
Jesús amaba el templo porque amaba
la vocación de ese lugar; la cátedra, la oración, el perdón y el encuentro con
el pueblo arrepentido. Cuando expresó “destruyan este templo y yo lo edifico en
tres días”, él se refirió a su cuerpo como un templo pero los judíos pensaron
que él se refería al templo físico, el inmueble de Jerusalén. De él nació el
deseo de asociar su cuerpo con el templo donde los judíos acudían buscando el perdón
y su purificación. Hoy en día, nuestros templos poseen la presencia de Cristo
porque en ellos se custodia el pan eucarístico que es cuerpo de Jesús. ¿Qué honor
y respeto debemos dar al lugar donde él está?, ¿Somos conscientes que nuestro
cuerpo también es parte de ese templo que Jesús edifica?.
En el momento de su muerte, en la
crucifixión, el velo del templo se rasga como si existiese una conexión física y
visible entre el cuerpo de Jesús y el inmueble; “Jesús, dando de nuevo un
fuerte grito, exhaló el espíritu. En esto el velo del santuario se rasgó en
dos, de arriba abajo…” (S. Mateo 27:50,51). El velo del templo se rasga porque
la antigua alianza terminó, se rasga para que todos los pueblos puedan entrar
al lugar de adoración. Por ejemplo; nosotros no somos judíos y acudimos al
templo para adorar al Dios de los judíos, siendo el Dios que Jesús adoró y
llamo Padre.
Me parece que el evangelista San
Lucas es quien hace más alusiones al templo en relación con la vida de Jesús y
sus discípulos; el primer capítulo menciona la anunciación de San Juan bautista
a Zacarías, esto sucede dentro del templo. En el capitulo segundo, se cita la
presentación del niño Jesús en el templo y dos personajes ligados al templo son
mencionados, Simeón y Ana. El mismo capítulo, describe el evento de la infancia
de Jesús, cuando en la Pascua es encontrado por su madre en el templo al lado
de los doctores de la ley.
San Lucas también menciona el evento
de Jesús con los cambistas del templo. Referente a la resurrección de Cristo y
su encuentro con los apóstoles, en la
narrativa del evangelista, el templo vuelve a ser mencionado; “Y sucedió que,
mientras Jesús bendecía a sus discípulos, se separó de ellos y fue llevado al
cielo. Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran
gozo. Y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios, todos los días” (c.
24, v. 53).
Los apóstoles volvieron a ese templo
de Jerusalén, donde estaban aquellos que asesinaron a Jesús, ellos no acudían en
atención a los asesinos sino para bendecir a Dios. ¿Qué argumento podrá tener
quien dice “yo no voy al templo porque está lleno de hipócritas”, ó “yo solo voy
al templo cuando me nace”?. Veamos esta actitud de los apóstoles que acuden al
templo para bendecir a Dios.