lunes, 4 de febrero de 2019

Jesús y el templo


            La vida de Jesús y su relación con el templo es muy interesante, probablemente todas sus enseñanzas fueron en el templo a excepción donde el evangelio lo señale; el monte, la sinagoga ó la casa de alguien. San Lucas escribió: “todos los días enseñaba Jesús en el templo” (c. 19, v. 47), también, San Juan escribió la respuesta de Jesús a sus opresores en su juicio; “siempre enseñé en la sinagoga y en el templo…” (c. 18, v. 20). Jesús era un hombre que acudía al templo todos los días y esto debe nacerle de un amor.
            En el pasaje del templo y los cambistas podemos apreciar el celo de Jesús por el lugar sagrado; “no hagáis de la casa de mi Padre una casa de mercado” (S. Juan 2:16). Jesús no se retiro del templo por la corrupción que había ahí, ¿nosotros porque habríamos de retirarnos cuando la congregación se corrompe?. Retirarse del templo es una actitud contraria el cristianismo, Jesús se quedo en el templo para purificarlo y los exhortó. Debemos quedarnos y abrir los ojos para tomar la amonestación como una oportunidad para llevar una mejor vida de fe. ¿Nos creemos menos pecadores que aquellos cambistas?, ¿Qué honor y respeto debemos dar el lugar al que Jesús llamo “la casa de mi Padre”?.
            Jesús amaba el templo porque amaba la vocación de ese lugar; la cátedra, la oración, el perdón y el encuentro con el pueblo arrepentido. Cuando expresó “destruyan este templo y yo lo edifico en tres días”, él se refirió a su cuerpo como un templo pero los judíos pensaron que él se refería al templo físico, el inmueble de Jerusalén. De él nació el deseo de asociar su cuerpo con el templo donde los judíos acudían buscando el perdón y su purificación. Hoy en día, nuestros templos poseen la presencia de Cristo porque en ellos se custodia el pan eucarístico que es cuerpo de Jesús. ¿Qué honor y respeto debemos dar al lugar donde él está?, ¿Somos conscientes que nuestro cuerpo también es parte de ese templo que Jesús edifica?.
            En el momento de su muerte, en la crucifixión, el velo del templo se rasga como si existiese una conexión física y visible entre el cuerpo de Jesús y el inmueble; “Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu. En esto el velo del santuario se rasgó en dos, de arriba abajo…” (S. Mateo 27:50,51). El velo del templo se rasga porque la antigua alianza terminó, se rasga para que todos los pueblos puedan entrar al lugar de adoración. Por ejemplo; nosotros no somos judíos y acudimos al templo para adorar al Dios de los judíos, siendo el Dios que Jesús adoró y llamo Padre.
            Me parece que el evangelista San Lucas es quien hace más alusiones al templo en relación con la vida de Jesús y sus discípulos; el primer capítulo menciona la anunciación de San Juan bautista a Zacarías, esto sucede dentro del templo. En el capitulo segundo, se cita la presentación del niño Jesús en el templo y dos personajes ligados al templo son mencionados, Simeón y Ana. El mismo capítulo, describe el evento de la infancia de Jesús, cuando en la Pascua es encontrado por su madre en el templo al lado de los doctores de la ley.
            San Lucas también menciona el evento de Jesús con los cambistas del templo. Referente a la resurrección de Cristo y su encuentro con los apóstoles,  en la narrativa del evangelista, el templo vuelve a ser mencionado; “Y sucedió que, mientras Jesús bendecía a sus discípulos, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo. Y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios, todos los días” (c. 24, v. 53).
            Los apóstoles volvieron a ese templo de Jerusalén, donde estaban aquellos que asesinaron a Jesús, ellos no acudían en atención a los asesinos sino para bendecir a Dios. ¿Qué argumento podrá tener quien dice “yo no voy al templo porque está lleno de hipócritas”, ó “yo solo voy al templo cuando me nace”?. Veamos esta actitud de los apóstoles que acuden al templo para bendecir a Dios.