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domingo, 17 de mayo de 2020

La ciudad y el individuo


            “Conoció Caín a su mujer, la cual concibió y dio a luz a Henoc. Estaba construyendo una ciudad, y la llamó Henoc, como el nombre de su hijo…” Génesis 4, 17
            Es curioso que la biblia nos presente a Caín como constructor de una ciudad, esta visión como paralelo no es muy distinta a la realidad; muchas ciudades fueron edificadas por asesinos, por conflictos armados por la tierra. La ciudad de México es un ejemplo. La ciudad es un asentamiento humano que tiene una cosmovisión del mundo, por algo nos llamamos “mexicanos”, “hermosillenses”, pensamos de alguna forma, tenemos hitos, costumbres y tradiciones. La ciudad se impone e impone hasta el acento en el modo de hablar. ¿Por qué los de Veracruz no hablan igual que los de Hermosillo?. En el modo de expresar una palabra se manifiesta la visión del cómo debe sonar esa palabra; los de Veracruz dirán que somos nosotros los que hablamos raro y nosotros diremos que los raros son ellos. En la rebeldía de modificar la palabra “hijo” substituyendo la “h” por la “m” para decir “mijo” los individuos expresan su visión lingüística. Estos seres llegan a construir acuerdos mediante sus palabras y sus visión dentro de un territorio; la ciudad.   
            En la historia de la humanidad, la urbanidad y la ciudad, son formas relativamente nuevas. Fue después de la revolución industrial cuando los individuos migraron del campo a la ciudad, a los centros industriales, es ahí cuando vemos las fábricas y los suburbios habitacionales, y el nacimiento de la vida urbana nocturna y sus formas. Estas migraciones masivas y la expansión de la urbanización exigen a los ayuntamientos una mayor planeación en la distribución del territorio; vialidades, infraestructura, espacios, y sobre todo, exige a los ciudadanos controlar su conducta y sus pasiones en medio de la inmensidad que los absorbe; la ciudad.
            En la plaza de catedral podemos ver la diversidad, por un lado, el icono urbano de la catolicidad; catedral, frente al Palacio Municipal, la sede del poder laico que nos gobierna. En la plaza pública están los individuos con sus ideologías, sus historias y en medio de ese espacio convivimos y disfrutamos. Si expresáramos nuestros ideales probablemente resultaríamos antagónicos, pero en el disfrute del espacio público convivimos; religiosos, ateos, migrantes, hombres, mujeres, ancianos, jóvenes, niños. El espacio público nos ayuda para encontrarnos con los demás, con los otros, los que no comulgan con nosotros.  
            En la biblia y en otras religiones cuando los individuos quieren interiorizarse, buscar la paz, la espiritualidad, acuden a retiros alejándose de la ciudad. Esto es interesante pues la ciudad tiene modelos, formas e ideas; nos siembra paradigmas de éxito y fracaso, en ese espejismo nos hace creer que anhelamos cosas que en realidad no son anhelos propios sino que son cosas que vemos y las seguimos porque el grupo las sigue. La ciudad es la multitud de voces que confunde; voces políticas, de medios, de estratos sociales, de iconos. La ciudad absorbe al grado de restarnos individualidad y borrar lo que el individuo es y convertirlo en parte de esa multitud: los de Hermosillo, los de Nogales, los extranjeros, los del sur. Pero también, la ciudad nos ayuda a construir lo que somos; lo que comemos, lo que escuchamos, lo que nos identifica.
            En la ciudad existe el templo y el sagrario, un espacio que permite a locales, foráneos y extranjeros, identificarse entre sí bajo una misma comunión; la paz con Dios y con nosotros.