En el evangelio, Jesucristo tras su
resurrección se presenta delante de sus apóstoles mostrándoles las heridas,
expresándoles “paz a vosotros”. En los textos no se mencionan reclamos, ni evasivas
de parte de los discípulos. Los apóstoles abandonaron al maestro en su calvario,
sin embargo, Jesús se muestra junto con ellos como si nada hubiese ocurrido
entregándoles la paz.
El evangelio señala: “Cuando llegó
la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas
cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los
judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros Y cuando les
hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se
regocijaron viendo al Señor. Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros.
Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló,
y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. (San Juan 20:19-22).
El hombre resucitado es aquel que
presenta sus heridas a quienes lo traicionaron y expresa: “paz a vosotros”. Espero
que sepa recoger la imagen del texto y pueda duplicar en usted tal actitud con
quienes le fallaron y le fallan.
El hombre resucitado es un ser que
perdona de verdad, que no esconde la herida como un “az bajo la manga” para después
mostrarla como una artimaña para sus chantajes. El hombre resucitado mira hacia
el futuro, no se esclaviza de las tormentas pasadas que sucedieron, aunque las
heridas estén ahí. El resucitado mira hacia el futuro porque tiene esperanza en
lo que está por vivir y no en lo que ya vivió, el pasado infame está muerto y
ningún provecho puede obtenerse de él, solo decepción.
Que fácil hubiese sido para Jesús
usar el chantaje contra los apóstoles, contra Pedro, aquel que dijo que daría
su vida por él y que término negándolo tres veces. El hombre resucitado no
capitaliza su martirio para su egoísmo.
El hombre resucitado comparte la paz
que posee: “¡paz a vosotros!”. Si deseamos la transformación, debemos asesinar
en nosotros las malas conductas, mirar hacia
el futuro sin desamino, confiar que el pasado paso y el futuro puede ser vivido
de una mejor forma: ¡paz a vosotros!.
La boca del resucitado emana paz, no
resentimientos, ni amarguras. Si no somos capaces de ver, ni reconocer nuestros
males es entonces que no tenemos deseos de cambiar, ni ceder, ni descansar de
la tortura provocada por el egoísmo. Nadie puede gozar de la paz trayendo a la
memoria las fallas, citando reproches. La paz se logra entrando en el
sacrificio del perdón.
El hombre resucitado no es un ser
estático sino que va al encuentro. Donde pareciera que las amistades terminaron
para el resucitado no terminan del todo, sino que la ofrece: ¡paz a vosotros!.
Jesús se muestra sin temor ante
aquellos que le juraron fidelidad, pero fallaron. La iniciativa surge de él, no
de sus detractores. El ser resucitado es libre para transitar entre los
conocidos y los desconocidos, no se limita, ni permite que el error y la falta
de los demás se conviertan en barreras que dividan a los seres humanos.
Ojala podamos por la gracia gozar de
tales libertades, vivir esos días nuevos sin cargar en nuestra memoria el
resentimiento de un pasado que ya paso, para que nuestra boca hable con
alegría, si hemos sufrido: ¡mira mis heridas!, mas no deseamos seguir sufriendo,
ni hacer sufrir a otros: ¡paz a vosotros!.