lunes, 2 de diciembre de 2013

El hombre resucitado

            En el evangelio, Jesucristo tras su resurrección se presenta delante de sus apóstoles mostrándoles las heridas, expresándoles “paz a vosotros”. En los textos no se mencionan reclamos, ni evasivas de parte de los discípulos. Los apóstoles abandonaron al maestro en su calvario, sin embargo, Jesús se muestra junto con ellos como si nada hubiese ocurrido entregándoles la paz.
            El evangelio señala: “Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor. Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. (San Juan 20:19-22).         
            El hombre resucitado es aquel que presenta sus heridas a quienes lo traicionaron y expresa: “paz a vosotros”. Espero que sepa recoger la imagen del texto y pueda duplicar en usted tal actitud con quienes le fallaron y le fallan.
            El hombre resucitado es un ser que perdona de verdad, que no esconde la herida como un “az bajo la manga” para después mostrarla como una artimaña para sus chantajes. El hombre resucitado mira hacia el futuro, no se esclaviza de las tormentas pasadas que sucedieron, aunque las heridas estén ahí. El resucitado mira hacia el futuro porque tiene esperanza en lo que está por vivir y no en lo que ya vivió, el pasado infame está muerto y ningún provecho puede obtenerse de él, solo decepción.
            Que fácil hubiese sido para Jesús usar el chantaje contra los apóstoles, contra Pedro, aquel que dijo que daría su vida por él y que término negándolo tres veces. El hombre resucitado no capitaliza su martirio para su egoísmo.
            El hombre resucitado comparte la paz que posee: “¡paz a vosotros!”. Si deseamos la transformación, debemos asesinar en nosotros las malas conductas, mirar  hacia el futuro sin desamino, confiar que el pasado paso y el futuro puede ser vivido de una mejor forma: ¡paz a vosotros!.
            La boca del resucitado emana paz, no resentimientos, ni amarguras. Si no somos capaces de ver, ni reconocer nuestros males es entonces que no tenemos deseos de cambiar, ni ceder, ni descansar de la tortura provocada por el egoísmo. Nadie puede gozar de la paz trayendo a la memoria las fallas, citando reproches. La paz se logra entrando en el sacrificio del perdón.
            El hombre resucitado no es un ser estático sino que va al encuentro. Donde pareciera que las amistades terminaron para el resucitado no terminan del todo, sino que la ofrece: ¡paz a vosotros!.
            Jesús se muestra sin temor ante aquellos que le juraron fidelidad, pero fallaron. La iniciativa surge de él, no de sus detractores. El ser resucitado es libre para transitar entre los conocidos y los desconocidos, no se limita, ni permite que el error y la falta de los demás se conviertan en barreras que dividan a los seres humanos.
            Ojala podamos por la gracia gozar de tales libertades, vivir esos días nuevos sin cargar en nuestra memoria el resentimiento de un pasado que ya paso, para que nuestra boca hable con alegría, si hemos sufrido: ¡mira mis heridas!, mas no deseamos seguir sufriendo, ni hacer sufrir a otros: ¡paz a vosotros!.