lunes, 2 de diciembre de 2013

800 mil hambrientos

            Muchos conocemos el relato del buen samaritano (San Lucas 10:25-37), donde se narra que, un hombre tras un asalto queda moribundo rumbo a Jerusalén, un sacerdote del antiguo testamento lo mira, pasa de largo sin preocuparse, siendo un samaritano quien lo atiende y vela por su recuperación.             La enseñanza de esta narrativa es sencilla: caridad ante todo. Actualmente, muchos se niegan a practicar la piedad por el hecho de que justifican sus conductas en el mal obrar de algunos siervos de Dios, es común que se diga: “si el sacerdote no da, pues yo tampoco doy”. Sin embargo, quien desea haber el bien simplemente lo hará, sin justificarse en el error de algún sacerdote. La persona piadosa se preocupara por el bien del necesitado, mientras que, el egoísta con tal de no compartir pondrá cualquier excusa.
            En una ocasión, un inmigrante que mendigaba monedas se acerco a una pareja que cenaba en una plaza. El joven pregunto al pordiosero: “¿ya cenaste?”, este contesto que “no”, el replico “pide algo, yo lo pago”. Estando en confianza, el inmigrante les compartió: “la mayoría de la gente cuando me ve llegar comenta entre sí: -no le des-. Les agradezco la cena”. Antes de que el inmigrante los dejara, el joven dijo al pordiosero: “te pido, cuando hagas oración, pide a Dios por mi”. La gente del lugar volteo sorprendida a mirar aquel joven, el sabia que la oración de un hambriento tiene mucho peso ante los ojos de Dios, por eso dijo: “pide a Dios por mi”, no porque deseara bienes materiales, aunque la gente que no dio de cenar al hambriento si pensó eso.
            Hermosillo es una ciudad que aun no rebasa los 800 mil habitantes, pero, ¿sabía usted que en Sonora, la cifra de personas en pobreza alimentaria es de 800 mil según la Secretaria de Desarrollo Social (SEDESOL)?. Entonces, imagínese contemplando la ciudad desde el cerro de la campana, si quisiéramos acomodar en ella a todos los hambrientos de Sonora quizá no cabrían en esa extensión. La cifra es de terror.
            Recientemente, el caso de José Sánchez Carrasco nos consterno a todos. Murió a las afueras del Hospital General de Guaymas, Sonora, luego de esperar cinco días por atención médica. El hombre registraba un caso de deshidratación severa, hipotermia, estaba desnudo y dormía sólo con un zarape. Tras la desgracia, el secretario de salud estatal removió de su cargo al director de dicho hospital por el escándalo, pero, la verdad es que ni los asegurados se fían de los servicios médicos públicos, acuden a ellos porque no tienen más. Las negligencias médicas y administrativas no solo ocurren en las banquetas.     
            Los medios y las redes sociales han dado vueltas al caso por la indignación, por desgracia, a Sánchez lo han promovido más de muerto que de vivo, y los que se conmueven hoy, no se conmueven ante cada Sánchez que existe en cada plaza. Más bien decimos: “no le des…”, pidiendo que se largue.               

            A José lo matamos todos poco a poco, desde su patrón que le robo, los funcionarios que trasgreden el presupuesto de salud, los empleados que acaparan suministros médicos, hasta aquellos ciudadanos de cualquier denominación cristiana, religión, secta, incrédulos ò ateos que vieron a José desnudo, tirado en la banqueta y no se dignaron si quiera para regalarle alguna prenda ò alimento. Si Sánchez no nos conmovió cuando estaba vivo, ¿cómo nos conmoverá ahora que está muerto?, bien dijo Juan el Bautista: “generación de víboras, ¿Quién les enseño a huir de la ira venidera?”. No seamos tan duros con los 800 mil hambrientos. Sr. Sánchez Carrasco, descanse en paz.