lunes, 2 de diciembre de 2013

Mi amiga, la lesbiana

            Empecé a salir con una mujer por algún tiempo, había simpatía entre ambos e interés de mi parte. Desgraciadamente, tras unas vacaciones ella inicio una relación con otra mujer, confesándose como lesbiana. Nunca antes me había sucedido algo similar.        
            Dado que a los católicos se nos acusa de “homofóbicos” por el credo, en ningún momento discrimine ò me deje llevar por prejuicios ò miedos, más bien, pude apreciar a esta mujer como un ser humano, con virtudes y errores. Tras despertar su confianza, me confesó que su vida lésbica no había sido del todo satisfactoria, en su anterior relación hubo infidelidades. Mientras relataba sus decepciones amorosas, me sorprendía escuchar como el amor gay vive una crisis similar al amor heterosexual: infidelidad, vicios, manipulaciones y mentiras. Por desgracia, los movimientos “pro-gay” promueven este estilo de vida como “idílico”, como si la “felicidad” brotara fácilmente, basta solo “salir del closet”. La realidad es más complicada. La efervescencia de la infidelidad, el vicio y la mentira no es un asunto de preferencias sexuales, sino de una descomposición social que permea hacia todos sus individuos. Cualquier adolescente que tenga dudas sobre su sexualidad y desee llenar sus huecos afectivos, debe ser advertido de que el mundo gay no es una fraternidad dichosa como parece. Existen muchos clichés sembrados en la sociedad a favor de la cultura gay: “son buenas personas, también aman”, si, pero si somos capaces de ver a los gays como personas, debemos afirmar que toda persona posee defectos: ego, mentira, codicia, vanidad, odio, etc. El mundo gay no es perfecto, ni idílico, porque está formado de seres humanos y todo ser humano es imperfecto.
            A raíz de esta amistad, he leído mucho sobre el tema, puedo afirmar que “nadie nace así a causa de un trastorno hormonal”, porque si tiene utero ò glande ¿no es demasiado obvio que las hormonas hicieron bien su trabajo?. La ciencia en el estudio del cuerpo, aun no ha podido demostrar con certeza el origen de la homosexualidad, mientras que, la psicología y la psiquiatría lo atribuye a trastornos emocionales. En mis lecturas, encontré muchos testimonios de personas que dejaron estas prácticas para abrazar el cristianismo. Ronald G. Lee comparte su testimonio en www.aciprensa.com afirmando que la vida gay en varones es solo promiscuidad, se deslinda de la vejez porque no desea enfrentarse a esa realidad: “mientras seas joven y puedas ligar todo está bien”, añadiendo: “un anciano gay entra a un bar gay, los jóvenes quedan callados y el aire se tensa, nadie se acercaba a él para platicar. El viejo toma una copa, se va y el ambiente vuelve a la normalidad”.   
            Tras las confesiones de mi amiga, he meditado y reflexionado el hecho de “como ser católico y ser amigo de una lesbiana”. Primero, reconozco que entre bautizados existen prejuicios hacia la homosexualidad, por ejemplo, a muchos les asusta menos el sexo prematrimonial en sus hijos que la homosexualidad en ellos, siendo que, ambas situaciones están reprobadas por la Iglesia. Por lo tanto, es necesario verlos como pecadores al igual que nosotros y apegarnos a lo que dice el catecismo: “deben ser acogidos con respeto” (CIC 2357-59), no es útil recurrir a las burlas ò a la presión para propiciar una conversión. Segundo, todo pecador tiene derecho a una predicación del evangelio pura y sin concesiones. Si otorgamos concesiones estamos negando el hecho de que Jesucristo renueva. Es injusto para cualquier enfermo que pide ayuda suministrarle una medicina que no cura. Entonces, al homosexual que tiene hambre de Dios, hay que plantearle las cosas como son: “Dios lo ama, pero, en el cristianismo todos estamos lidiando con la negación de nosotros mismos, no serás el primero, ni el último. Por la gracia salimos librados de nuestras tentaciones, hay victorias y caídas”.

            Después que mi amiga confesó sus anécdotas ofrecí una misa para su conversión, le he solicitado a la Virgen María su intercesión. Probablemente jamás vea algún cambio, pero entiendo que las oraciones son como las botellas arrojadas al mar que guardan mensajes y en el momento menos esperado tocan tierra firme. ¡Amén!.