domingo, 2 de octubre de 2016

Dios ya juzgo

Sabemos que juzgar a las personas no es algo bueno, pero en ocasiones, confundiendo esta piedad caemos en la tentación de justificar las conductas equivocadas de los demás, y en esa comodidad, terminamos justificando nuestra propia conducta cuando es incorrecta., no juzgamos al otro, lo justificamos y nuestro pecado lo justificamos y deseamos que no nos juzguen., terminamos envueltos en un circulo de inmoralidad.
Esto es el resultado de la ignorancia religiosa y el desapego para atender los asuntos de la fe – no me refiero a una fe supersticiosa, sino a una fe que tiene consigo una acervo de sabiduría ética y moral, me refiero al pensamiento judío cristiano – Este vacío de conocimiento y espiritualidad provoca que la sociedad se vuelva laxa en su afán por preservar la virtud humana., todo da igual porque se desconoce de donde parte la virtud y esta viene del bien, no del mal. Hoy todo da igual porque el canon ya no es el bien, el canon es el deseo, por eso todo da igual; el matrimonio, la eutanasia, el aborto, el concubinato, la ausencia de la fe, la sexualidad, etc. El deseo de la persona eso es, el bien ya no es la norma, por eso cosechamos el fruto de la descomposición social, porque basamos el canon en el deseo; si tres se quieren casar, que se casen.
Es verdad que Dios nos pide no juzgar a los demás, pero debemos entender que no podemos juzgar las cosas que Dios ya juzgo; me refiero al pecado. Por un lado, Jesús nos pide no juzgar a los demás, esto significa no levantar sentencias sobre nadie, sin embargo, Dios ha juzgado las cosas, a hecho una diferencia entre lo bueno y lo malo., este juicio debe ser entendido como la facultad de entendimiento para distinguir lo verdadero de lo falso.
Cuando Dios juzga una conducta humana como errónea, el gran perdedor es la persona que la ejerce, porque a la larga de esa conducta no podrá recibir algo bueno, solo su malestar emocional ó físico, ó espiritual ó penal bajo la ley del Estado. Dios nos ha permitido ahorrarnos el tiempo si nos decidimos por aquello que él decidió como bueno y nos alejamos de aquello que definió como malo. No perdamos el tiempo en cosas malas que parecen buenas, son malas. 
En el evangelio de San Juan se otorga una enseñanza sobre el juicio, esta dice; “Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día. Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar; y yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó” (San Juan 12: 47-50).
 La palabra que Jesús anuncio esa nos juzgara, por ella Dios decidirá; “ustedes hicieron lo malo y ustedes lo bueno…”. Pero, ¿Cómo podrá el pueblo salvarse ó librarse del mal si no conoce la palabra?, es necesario estudiar, aprender; que es lo malo y que es lo bueno, no juzguemos las cosas nosotros mismos, no digamos; “esto que es malo, no lo es tanto, no creo que sea malo”, “esto que es bueno, no creo que sea importante, no lo hare”. Moldeamos nuestra vida conforme a lo que sabemos y entendemos – esto es malo, esto es bueno – y por ese mal juicio, muchos destrozan sus vidas y la de sus familias creyendo que no era tan malo aquello que era malo, permitiendo cosas que debiesen ser detenidas, abriéndole la puerta a su propia perdición.

Dios nos ama y nos perdona, permite que aprendamos de nuestros errores para aceptar libremente su voluntad y sus mandamientos, que sumados a la oración y la gracia, nos ayudan a sanar las heridas provocadas por la maldad, aquella que creíamos que era buena y no lo fue.