domingo, 8 de julio de 2018

La Sangre de Cristo


            Hace poco una amiga me compartió unos fragmentos de un libro escrito por un sacerdote controvertido –el cual no citaré por prudencia- donde hace señalamientos referentes a nuestra fe; deslindando a Jesús como sacrificio para la expiación de pecados, argumentando que Cristo jamás se vio de esta manera. Y es que sucede que en tiempos modernos eso del “cordero y el sacrificio” no es creído por muchos católicos, su fe se limita simplemente a una conciencia moral ó una normatividad de sana convivencia y justicia social. No debiésemos tener divergencia entre una y la otra, dado que deseamos ser discípulos de Jesús y él lo enseño así; ofrecer su carne y su sangre para que recibamos la Vida es parte elemental de sus mandamientos, como lo es también amar al prójimo.
            Entiendo que muchos católicos pondrán en duda la efectividad de esto, pero si solo nos basamos en aquello que puede ser entendido entonces esto ya no es fe. Pensar de esa forma solo nos coloca en un camino de aversión hacia la mística de Cristo, limitando la religión a una labor social, cuando debiésemos ser más abiertos a recibir lo que Jesús entrego; su mística y su todo. Esto es optar por un Jesús de modo completo, que nos regala su ser en los sacramentos y también nos pide verlo en el necesitado. Debiésemos tener plena confianza al proyecto de Jesús y no pensar “esta enseñanza si y aquella no”, eso evidencia nuestra débil fe. Pidamos que Dios aumente nuestro don de ciencia para apreciar el evangelio desde la divinidad por encima de la óptica humana.
            Sobre el Jesús sacrificado, ofrecido al Padre para el perdón del mundo, debiésemos ser sensibles ante la realidad histórica de un evangelio que posee al menos dos mil años de antigüedad. Para un judío es difícil entender porque Dios necesitó crucificar a un judío para otorgar el perdón, mientras, para los paganos –aquellos pueblos antiguos que sacrificaban a sus hijos en honor a sus deidades- fue más fácil recibir el anuncio; el Dios Verdadero, el Dios que se interesa por el mundo, es aquel que no exige el sacrificio de sangre de nuestros descendientes, sino que ofrece en sacrificio a su propio hijo en atención a nosotros. Ese es el Dios que más nos ama.
            Debemos entender que la evangelización de los pueblos antiguos, partió teniendo como base fundamental la sangre de Cristo por ser parte de su sacrificio para llegar a su resurrección. Aunque la realidad de los sacrificios humanos en el mundo pagano ha concluido, no debiésemos por eso mermar nuestra fe en la sangre del redentor.
            Marcos Grodi, ex pastor protestante, tiene una frase excelente; si los sacrificios de corderos en el antiguo testamento eran un símbolo, ¿Qué sentido tiene que Jesús instaure un símbolo nuevo en su sacrificio?. Por esta afirmación Grodi sostiene que la sangre de Jesús tiene una acción redentora real, es una realidad y no un símbolo que sustituyó a un símbolo más antiguo.      
            El discurso dado por Jesús en el evangelio de San Juan fue escandaloso para los judíos y lo sigue siendo hasta hoy para nosotros; “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (cap. 6, v. 51-54).
            Sin duda, es un discurso escandaloso si lo limitamos al mero raciocinio, para reconocerlo no se requieren teologías complejas, simplemente el don de la fe y prepararse para recibir tal sacramento. Este misterio no habrá generación que lo comprenda.