domingo, 12 de enero de 2020

Una religión o una relación con Dios


            En estos días he escuchando recurrentemente la frase “yo no tengo una religión, yo tengo una relación con Dios”. ¿Debemos tener una religión o una relación con Dios?, ¿Acaso la religión no es una relación con Dios?. Aunque la frase en algún momento la creí y la acepte como válida, hoy, con una fe mucha más madura y cimentada puedo decir que una relación con Dios la tienen hasta los animales del campo; “mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”, “considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos.” (S. Mateo 6, 26-30). ¿Podrá Dios no tener relación con todo aquello que ha creado?.   
            Hay un cuento judío –que me gusta bastante- referente a la soberbia del judío que pretende engrandecerse sobre los demás, el cuento enseña; cuando un mosquito o una mosca llega al oído de un judío y esta se vuelve un malestar, y en su desesperación el hebreo intenta aplastar aquel insecto, el judío debe recordar el diluvio con Noé cuando Dios prefirió salvar a esos insectos tan molestos e insignificantes antes que salvar algún humano.
            Dios está en relación con toda su creación. En el relato de la creación, en el libro de Génesis se lee “Dios creó y dijo que era bueno…”, Dios da vida, crea y bendice. En lo más profundo, todos los seres humanos tenemos una relación con Dios porque estamos vivos y en convivencia con su creación, incluso, me atrevo a decir que sin la conversión y en el ateísmo más agudo, aun así, se tiene una relación con Dios pues ¿no espera Dios pacientemente que estos incrédulos y pecadores se vuelvan a Él?, si, los espera aunque vivan ajenos a Él y a su gracia, y, por esta espera paciente de Dios se tiene una relación con Él, como el amado que espera el retorno de su amada, como el padre que espera la conversión de un hijo injusto. Malo es cuando Dios no espera nada de nosotros, pero sabemos por el evangelio que Dios tiene un anhelo y un deseo insaciable de encontrar a todos los individuos sin excepción. Es propio de la fe y la conversión responder a ese llamado del Dios que desea relacionarse con todos. Entonces, si Dios tiene una relación con su creación, y si el injusto e incrédulo se convierte y es recibido por Él, ¿que tenemos nosotros como pueblo católico?. Nosotros tenemos una relación y una alianza que se manifiesta día a día en el sentido vivo de una religión.
            En la historia de la salvación, en los dos primeros capítulos del libro de Crónicas podemos encontrar la genealogía desde Adán hasta el origen del pueblo de Israel, y, en el primer capítulo del evangelio de San Mateo podemos encontrar la genealogía de Jesús, desde Abraham hasta la Virgen María., y por la historia enlazamos al apóstol San Pedro y sus sucesores hasta llegar al papa Francisco, hasta podríamos enlazar esta sucesión con nuestro párroco.  
            Este aprecio de los antiguos por expresar genealogías es por la estima que Israel y la Iglesia primitiva tuvieron para exponer su origen, su alianza, y el peso del cumplimiento de las promesas a lo largo de la historia de la humanidad. Nosotros, la Iglesia Católica, tenemos una relación con Jesús que se expresa mediante una alianza y una promesa en nuestra religión, una alianza que se perpetua en cada Eucaristía y una promesa que prosigue a lo largo de dos mil años y mas allá: “… tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (S. Mateo 16, 18).