La
democracia es un sistema para la organización política donde los gobernados por
medio de elecciones libres eligen a sus Gobernantes y representantes. La
cultura de la democracia es algo de todos los días, permea no solo en el ámbito
político sino en el encuentro entre grupos bajo el pensamiento de la inclusión
buscando escuchar todas las voces; indígenas, migrantes, discapacitados,
ancianos, mujeres, niños, etc. El núcleo familiar se ve influenciado por la
cultura de la democracia abriendo espacios para la opinión de los hijos y los
conyugues en la toma de decisiones; qué comer, dónde convivir, dónde estudiar,
etc. La cultura de la democracia exige estructuras de gobierno horizontal y no
vertical.
La
Iglesia, una institución con más de dos mil años de existencia no fue creada
dentro de una cultura democrática sino teocrática, y esto no le viene por sí
misma, tal paradigma es herencia que proviene del judaísmo; es Jesús el rey de
los judíos. Es en el antiguo testamento donde se plasma la solicitud del pueblo
de Israel para instaurar un régimen teocrático, sustituyendo al sistema de los
jueces, Dios elige a Saúl como primer rey y le da un fuero. Esta concepción del
poder es la característica de la teocracia, el poder llega desde el cielo y
recae en los elegidos, los reyes y sacerdotes, para gobernar al pueblo., las
revueltas del pueblo de Israel contra la voz del poder divino representado en
los profetas serán plasmadas en las Sagradas Escrituras como poderes fácticos
bajo el seudónimo de “falsos profetas”.
Siendo
la Iglesia moderna una institución que carga la estructura de una Iglesia
nacida en un contexto teocrático se vuelve en un estigma –hasta adversario- para
el pensamiento demócrata que busca la participación de todos, sin embargo, debemos
observar, la democracia tampoco es plural y abierta, en términos electorales la
restringe para inmigrantes, menores de edad y ciudadanos con credencial
vencida, y los requisitos que exige la democracia para que ciudadanos conformen
nuevos partidos políticos pone en duda la democracia del sistema democrático.
En la conformación de gobiernos; eclesiástico o laico, resulta más posible para
cualquier hombre soltero entrar al seminario –sin importar su origen y estrato
social- y convertirse en parte del gobierno eclesial de Jesucristo a entrar a algún
partido político con la esperanza de gobernar algo. ¿Qué sistema resulta más
inclusivo y equitativo?, ¿el teocrático o el demócrata laico?.
Para
convivir y funcionar como Iglesia dentro de la cultura de la democracia, sin
echar al suelo su estructura vertical (el Papa, el obispo, el sacerdote), ni la
fe y el dogma, de que tales figuras poseen legitimidad para impartir cátedra y
sacramentos, debemos notar que Cristo propone el gobierno de la cruz, ni
vertical, ni horizontal sino la conjugación de ambas; vertical en el sentido de
que solo existió un apóstol San Pedro con una promesa irrevocable, y horizontal
porque el cristianismo expresa a un Dios que se despojo de sí mismo y tomo
forma de siervo para estar entre nosotros. De esta forma, todo creyente incluso
el más infame, tiene acceso por la conversión al Dios que lo acompaña –de tu a
tu, del Cristo que entiende el sufrimiento humano pues él lo padeció-
recibiendo educación en un sistema vertical como discípulo que recibe guía de
sus maestros.
Un
segundo punto importante para convivir como Iglesia en la cultura de la
democracia, es el llamado que Dios hace a los hombres y estos votan de modo
libre en su conciencia. Dios convoca a un proyecto de manera democrática –La
Iglesia- pero son los individuos quienes deciden vivir el proyecto o no,
participar o no. El libre albedrio es una facultad reconocida y aceptada en el
pensamiento de la Iglesia, pero la libertad para que sea eficaz debe ser
ejercida sin ignorancia y tal aprendizaje puede tomar toda la vida. Sin
conocimiento no funciona ni la democracia, ni la Iglesia, solo se impone la
dictadura de la ignorancia.