sábado, 22 de febrero de 2020

Dios y la ciencia


            El tema de Dios y la ciencia configura una discusión que puede durar siglos, pero de forma simple y entrando en una reflexión básica, pondré en la base la definición de ciencia de la Real Academia Española; “Conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente.”
            Como antecedente a Dios y la ciencia es necesario exponer el pleito recurrente entre las mismas ciencias; las ciencias exactas y las ciencias sociales. La pugna se basa en que la primera utiliza métodos de comprobación certeros para confirmar sus hipótesis y la segunda adolece de esta precisión y peyorativamente es definida como ciencia fáctica. En las ciencias exactas se encuentran las matemáticas, la física, la química, entre otras, y en las ciencias sociales; la antropología, la sociología, la psicología, etc. La pugna entre ambas ciencias se agota cuando se comprende que los objetos de estudio son distintos, por un lado, las ciencias exactas observa e indaga fenómenos que responden a reglas inviolables, y por el otro, las ciencias sociales estudia lo que responde a su libre albedrio: individuo y sociedad.
            Desde esta lógica, es más complicado –no imposible- que las ciencias sociales establezcan un método fijo para explicar al ser humano; hace 5 mil años dos más dos era cuatro –igual que hoy- pero una sociedad antigua difiere en mucho de una moderna. Por esta situación, la ciencia social se enfrenta al reto de entender y explicar a una creatura que mentalmente evoluciona modificando sus conductas; como puede construir una choza puede pisar la luna. El método queda abierto dependiendo de la situación, y, aunque pretenda establecer principios y causas no es completo, ej. “según un estudio de la Universidad de Australia; hay vínculos entre la obesidad y la depresión…” esto no significa que no exista un gordo feliz y un esbelto deprimido.    
            Entendiendo que la ciencia juzga el objeto que estudia en base a distintos principios por la complejidad de los mismos, ¿cómo debiese ser el método factible para considerar a Dios como un hecho y no como un mito?. El Dr. Joaquín Prats de la Universidad de Barcelona afirma que el conocimiento puede venir desde la obviedad; uno mismo u otros, la tradición de las ciencias; lo que se inculca, pero también asume tres fuentes principales para crear conocimiento; la experiencia, la razón y la intuición.
            En este sentido, Paul Feyerabend, en el Esquema de una teoría anarquista del conocimiento, justifica como fuente de información las fábulas y los mitos argumentando que aun éstas son un retrato o explicación somera de algo vivido, por ej. Todos los mitos antiguos relacionados con las tormentas y los terremotos no invalidan la existencia de estos fenómenos, lo exponen usando narrativas que no son científicas. Por otro lado, Feyerabend, pone en contradicción postulados científicos que resultan “lógicos en sí mismos” pero confrontados son contradictorios. Por ej. Newton es inconsistente con la ley de caída libre de Galileo: la aceleración en caída libre es constante; la ley de Newton afirma: la aceleración no es constante, decrece de modo imperceptible, en relación a la distancia al centro de la tierra. Dependiendo del momento histórico, las herramientas y los métodos científicos del momento, es como se comprende el porqué de estas expresiones.
            Como conclusión, el hecho que científicamente no tengamos evidencias satisfactorias de Dios, no es argumento substancial para negar su existencia, quizá los métodos y herramientas científicas desarrolladas hasta este momento no logran aun concretarlo en algo satisfactorio y convincente. Por otro lado, utilizando los argumentos de Prats, Dios es conocido como una experiencia entre el creador y el individuo. De esta forma se puede entender la devoción que viven millones de individuos en esta era de la información; en el creyente existe la experiencia y la intuición de que su conversión es real aunque no tenga método para explicarlo y no exista forma para ser entendido.