En Génesis capitulo 27, se relata como Jacob roba la bendición del primogénito a su hermano mayor Esau. El pasaje se desarrolla de la siguiente forma, Isaac tuvo dos hijos mellizos con su esposa Rebeca, llamados Esau y Jacob. Siendo Isaac anciano y teniendo incertidumbre sobre el día de su muerte, solicita la presencia de Esau para que reciba la bendición como hijo primogénito, pero antes, pide a Esau que salga de casería y prepare un guisado para el. Pero, por solicitud de Rebeca madre de ambos, Jacob el hijo menor, toma las ropas de su hermano mayor y se hace pasar por Esau delante del padre, de tal forma que Isaac siendo ya viejo y de vista débil no alcanza a distinguir entre el hijo menor y el primogénito y de este modo, Jacob roba a su hermano mayor la bendición del primogénito, mientras Esau esta fuera de casa.
Referente al perdón de nuestras faltas, en ocasiones escucho a las personas cuestionar el porque una persona que no ha obrado de la mejor forma en su vida presente, por un simple acto de arrepentimiento y comunión puede alcanzar el perdón ó salvarse. Primero, debo aclarar que ninguno de nosotros es merecedor del cielo por sus obras y que el amor de Dios es más grande que cualquier falta. Sobre el perdón y la salvación, creo que es a través de la misericordia de Dios y la acción redentora de Jesús como nosotros podemos alcanzar este beneficio, no es que nosotros podamos alcanzarlo solos, sino que el cielo se acerco a nosotros.
Cuando nosotros confesamos nuestros pecados y somos perdonados de nuestras faltas, algo parecido al relato de Esau y Jacob sucede, es que Jacob no merecía ser visto como digno de bendición, sino que fueron las ropas de su hermano mayor aquellas prendas que lo mostraron delante de su padre como digno de recibir la bendición. Después de la confesión y el perdón, somos vistos por Dios como limpios de toda maldad, por eso dice el Apóstol Juan; “Si confesamos nuestros pecados, Él, que es fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad” (1era de Juan 1:9). No es algo que nos merezcamos, sino que es un regalo.
Por el sacrificio de Cristo y el perdón de pecados en su nombre, cada uno de nosotros, siendo pecadores nos vestimos de santidad delante de nuestro Padre que es Dios, ya no es un robo injusto como aquel que cometió Jacob con las vestiduras de Esau, sino que ahora, el primogénito hijo de Dios, ha querido compartirnos su santidad y vestirnos a su semejanza delante de Dios, para que así seamos vistos por Dios como justos y recibamos la bendición que es parte de la herencia, mas ya no es Isaac quien esta próximo a morir, sino nosotros que teniendo incertidumbre sobre el día de nuestra muerte y un cúmulo de errores que incluso no alcanzamos a distinguir y enumerar, por las ropas del primogénito podemos ser vistos por Dios como perfectos a semejanza de Jesús.
Por eso dice el Salmo, “Dichoso el que es absuelto de pecado y cuya culpa le ha sido borrada. Dichoso el hombre aquel a quien Dios no le nota culpa alguna y en cuyo espíritu no se halla engaño” (Salmo 32:1,2). Ó el proverbio: “El que encubre sus delitos no prosperará, pero el que los confiesa y abandona, obtendrá misericordia” (Proverbios 28:13).
Dios cuando perdona, también olvida porque simplemente ha dejado de ver nuestras faltas, y nos ve similares a su hijo primogénito.
Referente al perdón de nuestras faltas, en ocasiones escucho a las personas cuestionar el porque una persona que no ha obrado de la mejor forma en su vida presente, por un simple acto de arrepentimiento y comunión puede alcanzar el perdón ó salvarse. Primero, debo aclarar que ninguno de nosotros es merecedor del cielo por sus obras y que el amor de Dios es más grande que cualquier falta. Sobre el perdón y la salvación, creo que es a través de la misericordia de Dios y la acción redentora de Jesús como nosotros podemos alcanzar este beneficio, no es que nosotros podamos alcanzarlo solos, sino que el cielo se acerco a nosotros.
Cuando nosotros confesamos nuestros pecados y somos perdonados de nuestras faltas, algo parecido al relato de Esau y Jacob sucede, es que Jacob no merecía ser visto como digno de bendición, sino que fueron las ropas de su hermano mayor aquellas prendas que lo mostraron delante de su padre como digno de recibir la bendición. Después de la confesión y el perdón, somos vistos por Dios como limpios de toda maldad, por eso dice el Apóstol Juan; “Si confesamos nuestros pecados, Él, que es fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad” (1era de Juan 1:9). No es algo que nos merezcamos, sino que es un regalo.
Por el sacrificio de Cristo y el perdón de pecados en su nombre, cada uno de nosotros, siendo pecadores nos vestimos de santidad delante de nuestro Padre que es Dios, ya no es un robo injusto como aquel que cometió Jacob con las vestiduras de Esau, sino que ahora, el primogénito hijo de Dios, ha querido compartirnos su santidad y vestirnos a su semejanza delante de Dios, para que así seamos vistos por Dios como justos y recibamos la bendición que es parte de la herencia, mas ya no es Isaac quien esta próximo a morir, sino nosotros que teniendo incertidumbre sobre el día de nuestra muerte y un cúmulo de errores que incluso no alcanzamos a distinguir y enumerar, por las ropas del primogénito podemos ser vistos por Dios como perfectos a semejanza de Jesús.
Por eso dice el Salmo, “Dichoso el que es absuelto de pecado y cuya culpa le ha sido borrada. Dichoso el hombre aquel a quien Dios no le nota culpa alguna y en cuyo espíritu no se halla engaño” (Salmo 32:1,2). Ó el proverbio: “El que encubre sus delitos no prosperará, pero el que los confiesa y abandona, obtendrá misericordia” (Proverbios 28:13).
Dios cuando perdona, también olvida porque simplemente ha dejado de ver nuestras faltas, y nos ve similares a su hijo primogénito.