Fue
a principios de la década pasada cuando empecé a experimentar una gran hambre
de Dios, un deseo por saber y profundizar. Aunque provengo de un hogar católico,
en aquel entonces solo poseía una fe inculcada en el catecismo para niños, y a
mi edad adulta mi convicción católica no era fuerte. Confesaba ser católico pero
no entendía nada de la Iglesia, tampoco creía en las palabras del Papa y para mí
la moral era la de la calle, no la del evangelio. Poco a poco y a tientas, por
la palabra de otros, fue como empecé a experimentar esa necesidad y hambre de
Dios. Al principio solo decía; “con que deje de tomar estará bien, ya estuvo
bueno de tantas borracheras…”, jamás me imagine egresando de un Instituto Bíblico
y escribiendo para un periódico católico. Ahora entiendo que Dios se va
expandiendo poco a poco en las vidas de las personas, ocupando un lugar cada
vez más grande hasta llenarlo todo, y a su vez, su presencia es agradable.
Tiempo después, ya como miembro
activo de un grupo en la Iglesia, en una ocasión una amiga comento; “es fácil
ser santo entre los santos…”. Su comentario no se refería a los Santos canonizados
por la Iglesia, sino a nosotros, creyentes que deseamos llevar una vida justa y
tener algún apostolado.
Sobre la santidad vale la pena
aclarar; Santo no es aquel que no peca, sino aquel que peca y se arrepiente
buscando la gracia. Ninguno de nosotros será santo por sí mismo sino por aquello
que nos santifica; la gracia de Dios. Obviamente, un canonizado por la Iglesia,
llamado “Santo”, recibe este merito por haber sido ejemplo para otros en el
evangelio, también por testimonios comprobados de quienes recibieron un milagro
por su intercesión.
Todo bautizado puede ejercitarse en
la santidad y convertirse en santo, no importa a que se dedique o que profesión
ejerza, lo que importa es el cumplimiento del evangelio en su vida.
“Es fácil ser santo entre los santos…”
si permanecemos unidos a un grupo que se ejercita en los hábitos de santidad, ósea,
es fácil practicar la piedad si nos reunimos con quienes la practican, sería
como una inercia lógica de conducta, o a la inversa, es fácil caer en los
vicios si nuestro círculo de amigos está en vicios. Para dejar los vicios o la
mala vida tenemos que romper con quienes nos llevan ahí.
Para poder permanecer en el
evangelio y disfrutar tesoros celestiales como la paz del alma, es importante
reunirnos con quienes desean lo que viene de Dios, aprender de ellos e ir
creando en nosotros los hábitos asociados al evangelio; la oración individual o
en grupo, la reflexión bíblica, la
piedad, etc. Esto es un proceso de formación a lo largo de la vida donde cada
creyente procura su salvación.
Actualmente la Iglesia Católica
ha puesto mucho énfasis en la participación de los laicos, pareciera que el
futuro de la Iglesia está confiado a la fuerza y apoyo de los laicos. Es
necesario que no permanezcamos dormidos a esta vocación de nuestra fe, sino que
emprendamos y rompamos el mal hábito de la indiferencia, pasar de ser
receptores a ser portadores, ser Iglesia, reuniéndonos con los hermanos que
desean emprender o han emprendido, y no perder el tiempo con quienes solo nos
alejan de la fe.
Entiendo que muchos de
nosotros están en ese proceso de dar el primer paso, otros en formación y algunos
ya siendo guías para otros. Pidámosle a Dios seguir adelante, no quitar el dedo
del renglón aunque nos sintamos limitados, reunirnos con quienes tienen fe y
ganas de Dios. No existe otra vida mejor fuera de Dios.