“La comida para el vientre y el vientre para la comida.
Mas lo uno y lo otro destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación,
sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor,
nos resucitará también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que vuestros
cuerpos son miembros de Cristo? Y ¿había de tomar yo los miembros de Cristo
para hacerlos miembros de prostituta? ¡De ningún modo! ¿O no sabéis que quien
se une a la prostituta se hace un solo cuerpo con ella? Pues está dicho: Los
dos se harán una sola carne. Más el que se une al Señor, se hace un solo
espíritu con él. ¡Huid de la fornicación! Todo pecado que comete el hombre
queda fuera de su cuerpo; mas el que fornica, peca contra su propio cuerpo. ¿O
no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en
vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?, ¡Habéis sido bien
comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo” 1era de Corintios
6:13-20.
El apóstol san Pablo es claro en sus afirmaciones, Dios
nos ha regalado su presencia para que la encubemos en nosotros y la hagamos
crecer, glorificando a Dios en nuestro cuerpo. Esta presencia es el Espíritu
Santo que recibimos en el sacramento del bautismo.
Considerar a nuestro cuerpo como el templo de Dios, obliga
una disciplina de fe que se soporta con oración, sacramentos y meditaciones en
textos bíblicos, ayudando así a nuestra mente y espíritu, expresando esta
santidad con nuestro cuerpo, no solo en ámbito sexual, sino que, el Espíritu
nos llevara a un orden corporal de tantas cosas que atentan contra el cuerpo;
el pecado de la gula, alcoholismo, drogadicción ó lo estético como la vanidad,
las prendas costosas ó tatuajes, a mi juicio son como un grafitti corporal. Muchas
de estas cosas son practicadas en la sociedad por ignorancia y desapego a lo
sagrado. Dios no los condena, los ama. Es el ser humano que expresa con el
cuerpo su distanciamiento de Dios, aunque Dios desea estar cerca de todos. El
hombre santificado, debe alegrarse de presentarse ante Dios, expresando con su
cuerpo la santidad de su creador. El Verbo encarnado nos compartió su cuerpo y
expreso con el, la santidad del Padre.
En el pecado, toda intención surge primero en nuestra
mente, nace como una idea y después se expresa con el cuerpo, recordemos lo
dicho por Jesús; “todo hombre que mira con deseo a una mujer, ya adultero en su
corazón”. Toda tentación se encuba primero en el campo del pensamiento, por
ello, es importante que la persona se instruya en el evangelio y lo medite,
para discernir sus deseos y emociones. Hay intenciones ó sentimientos que
parecen buenos pero el resultado final puede ser malo. Solo la enseñanza de
Jesús podrá desenmascarar el modelo de vida nocivo que atenta contra la paz del
ser humano, un modelo que se esconde tras argumentos falaces.
La
santidad del cuerpo tiene un propósito, en los solteros, provocar la familia,
para que nazca en la santidad de dos seres que guardaron sus cuerpos para un
propósito sagrado; el matrimonio. En los casados, fortalecer la fidelidad
solidificando la confianza entre ambos, siendo así ejemplo para los hijos que
vienen al mundo, que también serán hechos hijos de Dios. Sin embargo, muchos en
el mundo no distinguen esto, no tienen fe y atentan entre ellos mismos
manifestándolo con su cuerpo. Es necesario que el hombre de fe, exprese su
postura e instruya a otros con la santidad de su cuerpo, esto es un reto y una
obligación del que ama a Dios; el soltero que tenga fe, que se guarde y viva
sobriamente, el casado que tenga fe, que sea fiel a su esposa. Que cada
creyente, en el estado en que se encuentre, sea templo de Dios en manifiesto.
Si bien, es difícil ó imposible que no cometamos algún
pecado con nuestro cuerpo, desde el más sencillo como “no poner freno a nuestra
lengua” ó “usar los oídos de mal modo”, estemos consientes de los deseos de
Dios, y si en algo fuimos puercos, no lo seamos más, volvamos a Dios, a la
pureza, para glorificar a Dios con nuestro cuerpo.