Cuando
descubrimos la vida de fe nos alegramos y deseamos entregar más de nuestro
tiempo para el servicio a Dios. Cada ser humano según su vocación y disponibilidad
se involucra en la labor que la Iglesia posee. En el proyecto de vida cristiano,
la Iglesia tiene un papel fundamental, es imposible completar una vida
cristiana estando ajenos a la Iglesia como es imposible completarlo también
estando ajenos a las necesidades sociales actuales.
¿Cómo
comprometerse en este tiempo donde las distancias son tan largas, los trabajos
tan mal remunerados y los individuos deben trabajar más para poder vivir?, ¿en qué
momento podrán servir ó completar una agenda católica?, ¿Cómo no sentir
frustración cuando los proyectos espirituales parecen no crecer?.
En
el libro del Génesis encontramos un versículo interesante para no perder la óptica;
“Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho
y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo; “Sed fecundos y multiplicaos,
y henchid la tierra y sometedla” (Cap. 1:27,28). En el mundo judío este es el
primer mandamiento de su ley; “sed fecundos”. ¿No podrá ser también parte de
nuestros mandamientos?, y no solamente ese; sed fecundos y someter la tierra
bajo la bendición de Dios viviendo en su gracia. Esto significa formar una
familia y tener un trabajo que nos permita someter la tierra, producir y recibir
remuneración.
Un
católico que forma una familia y posee un trabajo está integrando a su vida un
proyecto bajo la visión de Dios; ser fecundos y someter la tierra. Trabajamos
para someter la tierra. El trabajo es una de las encomiendas expresadas en los
diez mandamientos del pueblo de Israel; “seis días trabajaras y el día séptimo es
de reposo”. Al introducir un día para el descanso se imparte justicia y
renovación de nuestra tarea laboral, es necesario el descanso.
En
una era moderna como la nuestra no debemos olvidar esto para trabajar en
nuestra familia y en los entornos laborales bajo los valores cristianos. El ser
cristiano implica vivir en Dios, en su espíritu. Dios nos llama para obrar la
caridad con los marginados –si podemos hacerlo hagámoslo- pero si nuestro
trabajo nos lo impide ó nos limita, recordemos que Dios también nos llamo para
trabajar, y, tales lugares también son sitios para obrar fraternidad.
Termino
con esta reflexión. Dos amigos acudían constantemente al Instituto de
Migración, ahí, convivían con migrantes centro americanos enclaustrados en
proceso de deportación. Por motivos laborales, uno de ellos no tenía tiempo
para acudir, meses después, dijo; “debemos retomar las visitas, aunque sean
pocas veces, no hay que abandonarlo”. El que tenía más tiempo respondió; “yo
sigo una vez por semana, quiero ir dos veces por semana, pero ir una vez cada
mes ó cada tres meses, se nota que eso no es prioridad en tu vida, ¿Qué clase
de fruto puedes conseguir?”. El hombre se sintió un poco abandonado en su deseo
de acudir. Llegado el domingo fue a misa, estando en el santísimo reflexiono y
dio respuesta a su amigo; “la última vez que estuve en migración conocí a un
señor guatemalteco llamado Juan, él fue maestro de matemáticas maya en una
escuela en su país. Cuando hicimos la visita y las puertas se abrieron él corrió
para abrazar a sus hijas, lo mismo pasó con un joven del salvador, corrió para
cargar a su hija, una bebe de pocos meses. El maestro maya me dijo; “gracias
por propiciar este momento, solo veo a mis hijas cuando la puerta se abre”. ¡Amigo
mío!, insisto en mi deseo de acudir a migración aunque sean pocas veces, ¿Para
quién son los frutos; para mí ó para ellos?, no pienso en mis frutos, solo creo
que ir es algo bueno”.