Samuel
fue el último juez de Israel proveniente de la tribu sacerdotal de Levi. En los
tiempos de su vejez el pueblo de Israel le solicitó instaurar una monarquía al
igual que el resto de los pueblos paganos. Hasta ese momento la organización de
Gobierno del pueblo de Israel no tenía rey porque solo Dios era el Señor
soberano de esa nación, su sistema de gobierno era por medio de jueces. Israel quería
tener un rey como el resto de las naciones paganas.
Ante
el reclamo de los Israelitas, Dios dijo a Samuel: “Haz caso a todo lo que el
pueblo te dice. Porque no te han rechazado a ti, me han rechazado a mí, para
que no reine sobre ellos. Todo lo que ellos me han hecho desde el día que los
saqué de Egipto hasta hoy, abandonándome y sirviendo a otros dioses, te han
hecho también a ti. Pero les advertirás claramente y les enseñarás el fuero del
rey que va a reinar sobre ellos” (1er libro de Samuel 8:7-9).
La
figura del rey de Israel será como la de un representante de Dios entre los
Israelitas, afianzándose a lo largo de la historia de la salvación para
consagrarse como tal en Jesús, siendo Rey y Señor a la vez.
Samuel
instaura la monarquía con el fuero correspondiente. El primer hombre que reino
sobre Israel fue Saúl de la tribu de Benjamín. Saúl como rey recibió sumo poder
para gobernar pero no recibió las funciones sacerdotales, hasta ese momento
-según la ley de Moisés- solo la tribu de Levi podía ejercer tales
atribuciones, en este caso, Samuel.
Cuando
los filisteos hicieron guerra contra Israel, el rey Saúl se tomó las
atribuciones sacerdotales y consagró los holocaustos y sacrificios de comunión,
incurriendo en un pecado gravísimo que lo hizo perder el reinado: “Saúl esperó siete días de acuerdo al plazo
que había fijado Samuel, pero como Samuel no llegaba nunca a Guilgal, la gente
comenzó a irse. Entonces Saúl
dijo: “Tráiganme el holocausto y los sacrificios de comunión”. Y él ofreció el
holocausto. Recién acababa de ofrecer el holocausto, cuando llegó Samuel. Saúl
salió a su encuentro para saludarlo. Samuel le dijo: “¿Qué hiciste?” Y Saúl le
respondió: “Vi que la gente empezaba a irse porque tú no llegaste en la fecha
convenida, y ya los filisteos se reunían en Micmás. Entonces me dije: Los
filisteos van a bajar a atacarme en Guilgal sin que haya tenido tiempo para
implorar a Dios. Por eso decidí ofrecer un sacrificio por mi cuenta”. Samuel le
dijo: “Te has portado como un tonto: no cumpliste la orden que te había dado
Dios cuando te dijo que te haría rey de Israel para siempre. Por eso ahora tu
realeza no se mantendrá. Dios ya buscó un hombre según su corazón para ponerlo
como jefe de su pueblo, porque tú no respetaste las órdenes de Dios” (1era de
Samuel 13:8-14).
Por
esta causa Dios desecho a Saúl y opto por David a quien entregó una promesa
nunca antes recibida por algún rey de este mundo. El reinado del Mesías viene
por la descendencia de David, y no, por la descendencia de Saúl.
Como
conclusión, Saúl recibió muchísimo poder y quizá fue imprudente por soberbia o
por ignorancia. Nosotros también hemos recibido muchísimo de Dios, su amor, el
sacrificio de su hijo, su gracia y el honor de ser llamados sus hijos. Pero,
¿hacemos buen uso de estas cosas?, ¿no somos igual ó quizá peores que Saúl?, al
menos Saúl se preocupó por consagrar el sacrificio de comunión, prefigura de la
eucaristía. Muchos de nosotros ni siquiera nos preocupaba cuando decíamos “no
necesito ir a misa para hablar con Dios”, esta expresión manifiesta el error de
creer no necesitar el sacrificio de comunión. Comer la eucaristía es comer la
carne de un solo sacrificio, el de Jesús.
Saúl
consagró al ver que el pueblo empezaba a irse y no ver la llegada de Samuel. ¿Cuántos quieren modificar la liturgia porque
ven que el pueblo empieza a irse?. Al rey Saúl le falto paciencia y fe.