“A la vuelta del año, en la época en
que los reyes salen a campaña, envió David a Joab con sus veteranos y todo
Israel. Derrotaron a los amonitas y pusieron sitio a Rabá, mientras que David
se quedó en Jerusalén. Un atardecer se levantó David de su lecho y se paseaba
por el terrado de la casa real cuando vio desde lo alto del terrado a una mujer
que se estaba bañando. Era una mujer muy hermosa. Mandó David para informarse
sobre la mujer y le dijeron; “Es Betsabé, hija de Elián, esposa de Urías el
hitita”. David envió gente que la trajese; llegó donde David y él se acostó con
ella, cuando acababa de purificarse de sus reglas. Y ella se volvió a su casa.
La mujer quedó embarazada y le hizo saber a David: “Estoy encinta” (2do libro
de Samuel 11:1-5).
El texto del adulterio del rey David
presenta algo interesante de entrada; en el pensamiento antiguo la victoria
militar se interpretaba como una providencia de Dios. El texto inicia presentando
a un David que ya no lucha al frente de su pueblo, en ese contexto parece que
David lo tiene todo; un pueblo que lo ama como rey, una promesa de Dios para
poseer un reinado que durará eternamente –por el Mesías- así mismo victorias
militares, sin embargo, sentirse tan seguro lo hace olvidarse de los
mandamientos divinos entregándose a los placeres, abusando de su poder como rey
para terminar convertido en un adultero, asesino intelectual de Urías esposo de
Betsabé (cap. 11:14,15). ¿Cómo pudo tornarse la vida de un hombre brillante y
convertirse en un ser tan obscuro?. Claramente, David no supo ser humilde en su
abundancia y terminó convertido en un déspota, gobernado por sí mismo, no por
Dios.
El profeta Natán predicó a David la
corrección necesaria; “haré que de tu propia casa se alce el mal contra ti…”
(cap. 12:11)., después del adulterio, la historia de los hijos de David se
tornó trágica; Amnón comete incesto abusando de Tamar, Absalón vengó a Tamar
asesinando a Amnón y quedó prófugo para después pelear contra su padre, David.
La predicación de Natán no debe ser
traducida a nuestros días como “una maldición divina” porque la corrección no
puede estar sustentada en una superstición religiosa. Más bien, la predicación
de Natán debe ser entendida como los frutos del mal que sembró David en su propia
casa, el padre de familia es el pilar moral de los hijos. David se entregó a
sus deseos al adueñarse de Betsabé, estimó en nada la vida de Uríaz, por lo
tanto, sus hijos quedan desprovistos del buen ejemplo de su padre, y más débilmente
se entregan a sus propias pasiones y arrebatos, sin respetar nada.
En esta etapa de David vemos la
decadencia de un hombre portador de una promesa; de la casa de David vendrá el mesías,
el eterno rey, pero esta promesa no lo exime de su debilidad humana. Haciendo
un paralelo con David, nosotros también poseemos una promesa que nos fue entregada
en el bautismo y es ratificada en cada eucaristía celebrada, pero tal regalo no
nos exime de nuestra condición humana, pongamos atención para administrar la
abundancia de la gracia y el perdón divino para no hacer mal uso de estos
bienes. Somos hijos de Dios, merecedores del cielo o el infierno.
Aunque el corazón de Dios es más
grande que el pecado de David, y por su arrepentimiento se escribió el salmo 51
“devuélveme el gozo de tu salvación…” (v. 14), superar la debacle familiar fue sin
dudas un proceso doloroso que los marcó de por vida. Sea pues cada esposo
pastor prudente de su propia casa.