Meditando en la cena que Jesús
celebro con sus discípulos antes de ser entregado para su crucifixión, el
evangelio de San Juan señala el evento del lavatorio de pies y como el apóstol
San Pedro se sorprende ante la actitud humilde de Jesús de lavar sus pies. Es
en este contexto cuando Jesús menciona; “no es más el siervo que su amo, ni el
enviado más que el que lo envía” (S. Juan 13:16). Esta reflexión va entorno a
este versículo de la biblia.
El lavatorio de pies es una
enseñanza sobre la humildad, es un gesto que debemos imitar. Pero, ¿a que se
referirá Jesús cuando dijo “no es más el siervo que su amo…”?, ¿Por qué Jesús
haría tal afirmación cuando es evidente que no podemos ser más grandes que Dios?.
La lectura está relacionada con las horas previas a la crucifixión de Jesús, él
tomara la cruz, una cruz que no deseaba tomar porque expresó; “"Padre mío,
si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como
quieras tú." (S. Mateo 26:39). En este gesto, Jesús nos da un ejemplo de
reconocimiento y aceptación al designio de Dios; “no es más el siervo que su
amo”, y si, el Verbo encarnado tomó forma de siervo para aceptar la voluntad
del Padre.
Hasta aquí todo parece claro y
convencional a la enseñanza que conocemos; Cristo tomó la cruz aceptando la voluntad
de Dios. ¿Y nosotros a qué hora habremos de tomar nuestra cruz?, ¿acaso somos
mayores que Jesús?, no lo somos, “no es más el siervo que su amo”. Dios es
nuestro Señor porque nos dio vida y nos llama para hacer su voluntad.
Tomar nuestra cruz significa
permitir que la voluntad de Dios se haga en nuestro vivir, confiar en su
designio, en su enseñanza, negarnos a nosotros mismos, negar nuestro interés y
miedo contrario a Dios. Esto es difícil, ya señale; ni Jesús deseaba la cruz
pero la tomó, ahí se contempla el amor y confianza que Cristo tuvo para dejarse
vencer y descansar fiándose del Padre.
La cruz no es señal de alegría
humana, es tristeza a los ojos de los hombres. Si hacemos un paralelo entre la
cruz y la tentación, tendremos que reconoce que la tentación se disfraza de
alegría y cuando se consuma como pecado deja tristeza, mientras, la cruz, al
mostrarse como tal, triste al sentir humano, al consumarse trae alegría en la
gracia que llega cuando vencemos la tentación. Debemos aprender a caminar de
esta forma, no ser guiados por nuestros ojos, nuestros sentidos –que son
engañosos- sino por lo que es correcto y verdadero: la Palabra de Dios, la
enseñanza de la Iglesia.
Actualmente muchos creyentes de
buena voluntad están en un sentido contrario a la cruz, no desean sacrificar
nada, en su ignorancia se privan de la dicha futura que se recibe en la gracia
y en la alegría de obedecer, olvidan que el Espíritu consuela y ayuda a vencer
al que atraviesa por una tentación.
“No es más el siervo que su amo, ni
el enviado más que el que lo envía”. Somos siervos de un amo excelente, un amo
que nos ama. Somos sus creaturas llamadas a la santidad, invitados a la dicha
de encontrarnos en la resurrección después de la cruz.