Cada
palabra debe ser interpretada en su lenguaje y toda oración debe ser
interpretada dentro del texto en la que fue escrita. Así como las palabras y
los textos tienen esta característica básica para poder ser entendidas, la
religión cristiana tiene su propio lenguaje. Por este motivo no basta solo la
biblia para comprender el lenguaje del cristianismo, es necesario también, la
interpretación de la Palabra inmersa en el compendio sagrado. Así como el
idioma Español necesita de la Real Academia Española para ser expresado
correctamente. La religión debe ser interpretada y compartida de modo correcto.
Es
Dios quien va construyendo este lenguaje a lo largo de los siglos ─en primer
instancia─ mediante el pueblo que formó: Israel. Los provee de los signos característicos
de este idioma para su tiempo: los patriarcas, el Sinaí, la circuncisión, los
levitas, la pascua, Sión y Jerusalén, etc. Consolidándolos como una estructura
mental y ritual evidente: los judíos. Es bajo esta estructura lingüística religiosa
en la que el mesías habla y manifiesta su mensaje: la sinagoga, el sábado, el
hijo del hombre, la señal del profeta Jonás, el corban, etc. Todas estas
palabras están inmersas en este idioma religioso y se comprenden desde esa
base, no desde otra. Un ejemplo sencillo es el uso de la palabra “gentil”, fuera
del lenguaje de la fe son aquellos que demuestran amabilidad. Dentro del
lenguaje de la fe son aquellos que no son judíos.
Fue
el apóstol San Pablo un erudito de este lenguaje judío, capaz de entenderlo en
los términos de su pueblo y traducirlo para extraer la sabiduría inmersa para
la nueva alianza. Por esta situación son pocos quienes en un primer
acercamiento pueden entender las cartas paulinas. En palabras llanas; Pablo
pocas veces comparte mensajes cristianos citando a Jesucristo, él comparte
mensajes cristianos usando textos de Moisés. El utilizó los elementos de un
lenguaje religioso conocido para construir una base de pensamiento para un
ideal nuevo: el cristianismo. La mención de las alianzas de Agar y Sara en la
carta a los Gálatas es el caso más evidente: el hijo de la esclava y el hijo de
la libre.
De
esta manera el lenguaje religioso del cristianismo se fue construyendo hasta
llegar a la modernidad. Desde los paradigmas de la modernidad el hombre del
siglo XXI interpreta los textos bíblicos. Aquí hay una primera ruptura con el
lenguaje bíblico; el hombre actual parte desde su visión “soy yo y Dios, no
necesito de nadie más”; el lenguaje bíblico parte desde un principio distinto “es
Dios y nosotros”. La visión moderna es individualista y el lenguaje de la
historia de la salvación es para una interpretación comunitaria: el pueblo de
Israel o la Iglesia.
El
hombre moderno no se auto percibe inmerso en un proyecto milenario; no se mortifica
por entregar estafetas religiosas, solo es él y la cátedra que pueda dar a sus
hijos. La visión de los evangelios exige un compromiso más grande: “… yo estoy
con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (S. Mateo 28,20). Esta
encomienda obliga a la Iglesia para la construcción de un catecismo: un acervo ideológico
que exprese la cosmovisión de la Iglesia de los apóstoles bajo el lenguaje de
las nuevas generaciones en los distintos continentes.
No
es culpa de los hombres modernos vivir bajo los paradigmas de su tiempo. Unificando
la visión lingüística de la modernidad y religión podemos ─de un modo más fácil─
derribar las fronteras que dividen a los hombres de fe.