Tengo
un sobrino muy amado de cuatro años de edad al cual se le consiente por afecto.
Es el único sobrino que tengo y por lo tanto es el único nieto. Toda la familia
se volcó hacia él por ser el único niño de la casa. Ha nacido en una casa donde
hay abundancia, tiene acceso a las comodidades; una recamara para él solo en
una casa frente a un parque grande, no ha compartido su cuarto con nadie y no
sabe lo que es jugar en una calle con pavimento en mal estado rodeado de basura
y casas invadidas; nunca lo han trasladado en transporte urbano ni ha conocido
lo que es transitar en un automóvil sin placas y sin aire acondicionado; por
internet tiene acceso a una lista inagotable de programas para niños disponible
las veinticuatro horas del día, nunca ha tenido que esperar días para ver un
programa por televisión. Aunque el niño es la luz de la casa se le está
acostumbrando a esperar poco, recibir todo y no compartir nada.
Consentir
es otorgar, proveer y permitir, es una concesión, pero también es malcriar,
viciar, malacostumbrar, corromper. La educación va más allá de transmitir y
recibir conocimiento, es también una ayuda para dominarnos, ejercitarnos en las
virtudes de la paciencia, reducir el ego y llegar a la humildad. El individuo
que lo tiene todo no está acostumbrado a recibir un “no” como respuesta. Esto
me recuerda una anécdota: siendo la media noche llegue a una ciudad del sur,
entrando al lobby del hotel conocí a su dueño. Él estaba con uno de sus
empleados platicando y bebiendo, era un hombre muy ameno y me invitó unos
tragos. Le conteste que en otra ocasión pues estaba cansado por el viaje y al día
siguiente tenía que atender compromisos laborales en esa ciudad. Él insistió:
─La
primer noche va por mi cuenta
─No,
muchas gracias
─Te
doy descuento para el resto de los días
Accedí
a su oferta por respeto y entendí que los ricos no están acostumbrado a recibir
un “no” como respuesta.
En
la vida ordinaria, Dios podría darnos todas las cosas y resolver nuestras
angustias pero su abstinencia y su misterio nos educan para que nosotros
aportemos algo a esa necesidad. Hasta el “no” de Dios nos beneficia. Dios nos
ha dado toda la creación pero nos la entregó como si fuese una masa bruta que
requiere un proceso: nuestra colaboración para procesarla y distribuirla. El
libro del Eclesiástico contiene unos pasajes asociados a la educación de los
hijos:
“Si
amas a tu hijo, edúcalo y no dejes de corregirlo. Así el día de mañana podrás
sentirte orgulloso de tener un buen hijo. Tus amigos se alegrarán contigo, y
tus enemigos te envidiarán. Si educas bien a tu hijo, aunque mueras, nadie se
olvidará de ti porque verán en tu hijo a otro como tú. Mientras vivas, te
alegrarás al verlo; y cuando estés a punto de morir, no sentirás tristeza porque
tu hijo te vengará de tus enemigos y devolverá los favores a tus amigos. Pero
si malcrías a tu hijo tendrás que curar sus heridas y sufrir al oír su llanto. Si
a tu caballo no lo domas, jamás lo podrás controlar; si a tu hijo lo malcrías, jamás
lo podrás educar. Si malcrías a tu hijo y le das todo lo que pide, te llevarás
dolorosas sorpresas. Mientras todavía sea niño, no le des mucha libertad ni
pases por alto sus errores; al contrario, corrígelo siempre para que no se
vuelva caprichoso y más tarde te cause problemas. Educa bien a tu hijo, y no
tendrás que pasar vergüenza por causa de su rebeldía.” (cap. 30, 1-13)