lunes, 29 de junio de 2009

Quien debe juzgarme me perdona y quien debe perdonarme me juzga


Cuando uno entra al santísimo y pasa unos minutos de oración delante de Jesús sacramentado, en aquel silencio uno puede respirar la paz y poco a poco ir despejando las ideas para tener claridad, en ese lugar uno se siente querido, necesitado, útil y despojado de cualquier jerarquía que pueda llegar a tener ó alcanzar. Aquí, uno debe aprender a mostrarse como es sin querer aparentar nada, esta visita consiste simplemente en estar ahí en cuerpo y alma, sentarse y disfrutar algo que Dios ha querido regalarnos.

El mundo fuera de Dios suele ser agresivo, rápido, sin tiempos de sobra ni detenimientos, cruel, sediento para sí mismo movido por el interés y no por el afecto. Estos instantes cerca de Dios en el sagrario suelen ser como aquel soplo de vida que dio Dios a las creaturas en el génesis para que vivieran, hoy es como un soplo de Dios para poder vivir en medio de estas cargas.

En muchas ocasiones uno sale del sagrario a un ritmo distinto del resto de las gentes, uno puede mirar a su alrededor a quienes van aturdidos por sus afanes cotidianos y perturban a los demás como por reflejo por vivir alejados de Dios, supongo que cuando alguien no tiene momentos para Dios tampoco tiene tiempo para apreciar toda la creación y no es que Dios haga las cosas distintas, sino que nos ha puesto unos ojos nuevos para ver las cosas de otro modo, de una mejor forma para vivir bien interiormente.

Irónicamente sabemos que Dios es juez de este mundo, pero quien debe juzgarme me perdona, porque frente al sacramento no me siento juzgado sino perdonado y amado. En cambio fuera de este lugar y en medio de la monotonía de la ciudad, me siento juzgado y golpeado por la sociedad que se supone debe perdonarme pues Dios así se lo mando, y en mi debilidad yo también juzgo a otros cuando no debo hacerlo. ¡Debemos despertar todos de esta inercia!, ¡Dios es quien debe juzgarnos y nos perdona, y nosotros que debemos perdonarnos entre sí con que habilidad nos juzgamos!, con qué facilidad hablamos de otros sin saber, con que certeza confiamos en que nuestro juicio hacia terceros es correcto y lo defendemos, que descuidados somos con nuestra lengua sin tener compromiso con nuestra memoria, con que ingenio nos damos el tiempo para hablar de otros y qué creatividad para armar pretextos para no dejar hablar a Dios en el silencio.

Dios en el sagrario nos cambia la vida, pero creo que lo hace para que en este mundo podamos cambiar la vida de otros por llevar a Dios por dentro. Nuestro juicio solo trae condena y de un juicio injusto ¡no hay escapatoria!. Quizá Jesús nos dijo; “No juzgues” porque sabe que para eso no somos nada buenos ni nobles, tal vez nos dijo; “perdona”, porque cree que con la práctica lo podremos hacer mejor cada vez.