“Salió
y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos, y los discípulos le
siguieron. Llegado al lugar les dijo: “Pedid que no caigáis en tentación”. Y se
apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: “Padre,
si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Entonces, se le apareció un ángel venido
del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su
sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra”. (San Lucas
22:39-44)
En este
relato Jesús está por ser aprendido por las autoridades Judías para ser juzgado
usando testigos falsos, culparlo de blasfemo, entregarlo a las autoridades
romanas, acusarlo de atentar contra el reinado del Cesar y pedir su crucifixión.
Jesús esta consciente de todas estas cosas que vienen sobre él, “para esto ha
venido…” afirma insistentemente en los relatos de los evangelistas. Jesús
espera recibir un dolor físico, pero, su agonía ya es interior, en el sentido
humano es normal que Jesús se sienta decepcionado de la injusticia de las
autoridades, de su corrupción, de la facilidad con la que éstas se libran de la
presión del pueblo y lo toman como hoy decimos: “chivo expiatorio”. Pero, aun
así, Jesús se somete al juicio injusto de las autoridades de la época, Jesús no
se revela con violencia ante la corrupción de las instituciones, pero, si las
denuncia verbalmente con sus predicas, de ahí el deseo de los fariseos de
matarlo, pues, Jesús es un reto al intelecto de su época, verbalmente y con
argumentos no hay modo de vencerlo, por eso, es necesario recurrir a la mentira
en un juicio para matarlo, y así venderle la idea al pueblo de que la justicia,
el apego a la verdad y la impartición de la ley por parte del Estado se cumple.
Aun con todas estas corruptelas, Jesús no da un paso atrás, sigue firme en su
postura; afirma ser el hijo de Dios y ejercer un reinado que no es de este
mundo. Jesús espera resucitar el tercer día, está empeñada la Palabra del Padre en la
profecía mesiánica entregada en los Salmos; “no desamparare al justo y lo
librare de la muerte”.
Jesús
muere y es librado de la muerte en su resurrección. En su labor dentro de
Jerusalén el Mesías sufrió, lloro, aguanto, se desgasto como humano, fue
consolado por los ángeles sin librarse del dolor, todos estos sufrimientos
tienen como meta una sola cosa; entregar la Gracia de Dios al género humano. Jesús paga un
precio en su sufrimiento como hombre para entregar esta Gracia a los hombres,
mientras que, por nuestra parte muchos de nosotros a excepción de los mártires
ni siquiera hemos derramado una sola lagrima para recibir esta Gracia, aunque
reconozco que algunos por su condición de pecado se entristecen en sus adentros
por no poder recibirla, mas no se deciden firmemente por prepararse y recibirla.
Es meritorio parafrasear aquello dicho por el Apóstol San Pablo; “he
crucificado mis deseos con tal de vivir en el Espíritu”, es prudente entender
que la entrega de esta Gracia a nosotros tiene un antecedente de dolor que incluye
la historia de los Santos Mártires, alegrémonos y estimémosla porque la hemos
recibido sin merecerla y sin entregar ni una sola lagrima. Preferible es, prepararse
para disfrutarla hoy y alegrarse, que llorarla eternamente por haberla perdido.