1925 no fue un año de
paz en el frente religioso en México, que cumplía mas de una década de continua
agitación. El 21 de febrero, con el auspicio de la CROM, se crea la Iglesia
Católica Apostólica Mexicana, encabezada por el “patriarca” Pérez, quien por un
tiempo oficiaba en el templo de La Soledad. No era nuevo el propósito de crear
una Iglesia mexicana al margen de la de Roma; lo nuevo era intentarlo en ese
momento, cuando los poderes de la Iglesia y el Estado se enfrentaban con
tirantez sin precedentes en todos los campos abiertos por la Constitución de
1917. Había campesinos que rechazaban las tierras que se les otorgaban y
agraristas que exigían la apostasía para entregar una parcela.
1926 es el año del rompimiento. Durante todo
1925 Calles había esperado que los gobernantes se apegasen al texto
constitucional, pero la discrecionalidad que observó terminó por decidirlo a
tomar medidas más severas. En enero pide al Congreso poderes extraordinarios
para reformar el código penal e introduce en él disposiciones sobre el culto.
El 4 de febrero aparecen en el Universal declaraciones del arzobispo Mora y del
Río, contrarias a los artículos 3, 50,27 y 130 de la Constitución, en abierta
provocación frente al gobierno. “¡No estoy dispuesto a tolerarlo!” exclama Calles,
“ya que los curas se ponen en ese plan, hay que aplicar la ley como está”.
Aunque Mora y del Río desmienten aquellas declaraciones aparecidas en el
diario, Calles no cede; ordena a todos los gobernadores la inmediata
reglamentación del artículo 130, lo que provoca clausura de escuelas, expulsión
de sacerdotes extranjeros, motines, manifestaciones, choques… Se llega otra vez
a extremos patéticos; el general Eulogio Ortiz fusila a un soldado por
descubrirle en el cuello un escapulario.
El 2 de Julio, el
Diario Oficial publica un decreto que pasó a la historia como la “Ley Calles”
que reforma el código penal e incluye en el actividades religiosas,
interpretadas como delitos a la luz del artículo 130. El 21 de agosto, Calles
sostiene una larga entrevista con Leopoldo Ruiz, obispo de Michoacán, y Pascual
Díaz, obispo de Tabasco. En ese momento, los obispos muestran una actitud de
conciliación y aun de cierta humildad. Calles es lacerante, áspero; sus breves
respuestas son siempre imperativas. Su visión del clero en la historia de
México es absolutamente negativa, se muestre inflexible ante los obispos. Al
despedirse, los obispos declararon que ellos no fomentaban ninguna rebelión.
Pero no necesitaban fomentarla. Días después los cristeros contradecían las ilusiones
de Calles. Un sector del pueblo campesino en el occidente de México se
levantaba en armas. La “causa”, como ellos mismos decían, era clara: luchaban
por la apertura de los cultos, luchaban por defender la religión. La guerra de
los cristeros se prolongaría por casi tres años. Aquella guerra costo 70 mil
vidas y la caída de la producción agrícola del país. En 1927 Calles empieza a
ceder pues no puede cerrar los ojos al costo de la guerra. Álvaro Obregón
intercede y busca una solución que haga posible la paz sin desprestigiar al
régimen. Mientras tanto, en Roma, el Papa Pío XI se lamenta de los sufrimientos
del clero y del pueblo mexicanos, pero también reconoce el valor de los
sacerdotes y de los fieles católicos, invitándoles a que permanezcan en su fe,
y sin hacer uso de la violencia, a no doblegar su frente ante la política
arbitraria de un gobierno intolerante.