Entonces el Rey dirá a
los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado
para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de
comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis…” (San
Mateo 25:34,35).
Ante este pasaje, donde
se premia la caridad, constantemente me hago la pregunta: “¿sirve de algo
reflexionar?”, me refiero a la labor que uno ejerce como columnista, siendo
que, la clave del evangelio es clara en el sentido de la salvación: la caridad.
No faltara la persona que afirme “solo basta ser bondadoso”, infiriendo que “da
lo mismo saber o no saber más de los textos sagrados, el catecismo o algún documento
eclesial”. Entonces, ¿servirá de algo reflexionar, si la clave del evangelio es
la piedad?.
En primera, no puedo,
ni debo ponerle peso o valor a mi labor dentro de este periódico, es preferible
dejarle eso a Dios, pero si quiero describir cómo me inicie en la reflexión de textos
bíblicos. Todo empezó hace más de una década, coleccionaba frases e ideas que
consideraba importantes para mi vida. Un día encontré los proverbios de Salomón en las
Sagradas Escrituras, me di cuenta que había un cumulo de sabiduría con lenguaje
sencillo, pensaba; “por fin le encontré un uso a la biblia”. A la vuelta de los
años estaba egresando de un instituto bíblico y escribiendo para este
periódico. Quizá en un principio fui egoísta porque búsqueda mi beneficio
personal, deseaba conocer lo justo y lo ético, no me veía colaborando con el
evangelio o con el prójimo, sin embargo, al elevar la calidad humana por medio
de los valores éticos, se cumple un poco la enseñanza cristiana, ¿Cómo podrá
alguien practicar “la humildad” si no reflexiona y entiende este concepto?. Hay
quienes asocian equivocadamente la humildad con la pobreza, pero también en la
pobreza pueden encontrarse soberbia y vanidad.
Si miramos el ejemplo
de San Pablo su mayor herencia fue teológica, sus reflexiones del antiguo
testamento y su labor como maestro de la palabra. Sus obras de caridad son poco
conocidas, si es que tuvo alguna colosal. Por las reflexiones del apóstol
comprendemos la caridad de una mejor forma. Para San Pablo hasta las obras de
caridad pueden convertirse en un acto presuntuoso; “Y si diera todos mis bienes
para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, pero
no tengo amor, de nada soy…” (1era de corintios 13:3). El amor es la semilla
fundamental del evangelio, dar sin amor puede ser algo sin provecho, porque es
verdad que existen pobres que aprovechándose de su condición hacen lucro por
causar lastima, convirtiéndose en zánganos, viciosos, sin anhelar trabajar. El
amor hacia los demás puede hacerlos reflexionar, volver a recobrar la dignidad,
trabajar y no ser carga para otros bajo la hipocresía de la lástima. Pero
¿Quién se atreverá a evangelizarlos corrigiéndolos con amor fraterno?, ¿Quién
se ganara su amistad para hacerlos reflexionar y que salgan de esa pobreza que
han abrasado?. Esa tragedia del individuo no se resolverá dándoles comida, sino
dándoles tiempo y Palabra.
La reflexión cristiana
tiene como motivo hacernos creyentes, darnos una referencia para conducir
nuestras acciones. La palabra “reflexión” está asociada con la acción de doblar,
curvar, es un reflejo del pensamiento.
Reflexionar sobre los
hechos nos ayuda a distinguir la realidad desde varios frentes; ¿de dónde viene
esto que vivimos?, ¿porque lo vivimos así y hacia donde nos llevara?. Dentro de
la inercia cotidiana es bueno tomarse unos minutos para meditar en los textos
sagrados, hacer oración para reflexionar y ser guiados hacia algo mejor.